Carta a un valiente independentista

Hoy en la televisión han entrevistado a tu familia. Estábais los tres hermanos y vuestros padres. Querían conocer vuestra opinión sobre el referéndum, y habéis hablado con mucha convicción sobre él y sobre vuestras ideas; que el pueblo nunca se equivoca, que de él surgen las verdaderas revoluciones. Habéis pedido justificia para el pueblo de Cataluña, y esperáis que el lunes empiece un período mejor para vosotros.

Más allá de que no opinemos igual, hay algo que me ha dejado muy intranquilo. Tanto, que aquí me tienes escribiéndote esto a las tantas de la madrugada. Ha sido cuando tu madre ha dicho que lloró en la Diada pensando en cómo sus hijos os manifestábais y no teníais siquiera derecho a votar. Lamentaba esa situación tan injusta a pesar de los cuarenta años del mayor de vosotros. Eso me ha hecho saltar como un resorte. Tal vez suene a demagogia, pero lo primero que he pensado es qué opinarían las madres sirias que han perdido a sus hijos en una guerra de potencias invasoras. Por un momento me han invadido la incredulidad y la indignación, pero no contra tu madre.

Creo que estamos perdiendo la cabeza con todo esto. Que el nivel de emotividad se ha desbordado por encima de toda medida. No te equivoques, no busco trivializar vuestras reivindicaciones, ni dar a entender que tú defiendes lo que defiendes sólo porque alguien te ha comido el coco. No me gustaría que dejaras de ser independentista así porque sí; yo podré opinar que si algún día hay una República Catalana tendríamos aún más bazas para acabar todos muy mal, pero mira, al menos ese país contaría con alguien que creería en él, mientras durara.

Sé que en Cataluña hay mucha más propaganda de un «bando»; aquí digamos que predomina la del otro. Te diré que yo soy de ésos que creen que Catalanidad es Hispanidad y que hoy he ido a las concentraciones en Madrid por la unidad de España; sin embargo, me gustaría creer que tanto tú como yo seguiríamos pensando cada uno a su manera aunque no tuviéramos toda esta propaganda encima. Sospecho que no sería igual, pero al menos lo que no deberíamos permitir es que nos arrastre y deje ciegos.  

Tengo que ser sincero y contarte todo lo que me ha venido a la mente según os veía. En la entrevista tú has dicho que darías hasta tu última gota de sangre por poder votar. He aplaudido tu firmeza, se notaba que hablabas muy en serio. Pero entonces me he imaginado lo que se avecina, he visto tus esperanzas frustrarse en rabia, y en tus ojos he visto un asesino. Te robábamos la ilusión y tú dejabas de ser tú, y el odio te convertía en lo que otros querían que fueras. He visto claro que todo esto va a acabar mal. No nos engañemos pensando que hasta ahora unos y otros hemos sido pacíficos; cada sonrisa no correspondida ha ido tensando un resorte. ¿Qué va a pasar cuando se dispare? Cuando nos entregamos a nuestras causas, ¿miramos bien dónde pisamos? ¿Somos conscientes de lo cerca que estamos de volver a desearnos y causarnos la muerte?

Por eso es urgente que dejemos atrás este equipaje ciego con que nos manejan. Que nuestras convicciones sea calmas, y calmas las emociones que nos unen a nuestra gente y nuestra tierra y dan forma a nuestras ideas. Y que con calma acabemos juntos o separados, hermanos o vecinos, pero sin dejarnos agitar por miedos o anhelos en manos de otros. Porque de lo contrario, esos pocos volverán a hacer de nosotros su instrumento.

Y si crees que debes hacerlo, mañana día 1 de octubre ve e intenta votar, y si lo consigues, vota que NO y que NO o lo que quieras votar. Ve y lucha por esa Catalunya lliure que tú deseas. Y yo me opondré a ella pero aún así,  pase lo que pase, os desearé a ti y a tu familia la mejor de las suertes.