Los activistas LGTBs recibieron con una manifestación de protesta al autobús de Hazte Oir cuando, en marzo de este año, acudió a un acto en la Universidad Complutense.
De entre otras, asomó una pancarta reveladora:
Los ángeles no tienen genitales, decía.
Y yo estoy de acuerdo, pero es que los niños son ángeles. Ángeles con los pies en el cielo y la mirada en el suelo.
Alguien que sea devoto pondrá pies donde yo he puesto mirada, y la mirada hacia lo alto, donde les pongo yo los pies. Pero coincidiremos en que somos reunión de cuerpo y de espíritu, material éste o no; que buscamos la transcendencia y el significado, a través de una religión o sin ella, y que la biología existe, pero hemos de apoyarnos en ella al construir formas humanas, convencionales o no.
Sin embargo, el mensaje de la pancarta es que los niños son biología y nada más. Que lo esencial gira a su alrededor, atado a ella. Que lo ocupa todo. Que no es una posibilidad, sino una condena. Una condición final y no de partida. Que los niños son terrenales y además mundanos, que nada tienen de extraordinarios, que no podrán cambiar nada y no pueden «elevarnos». Nos dicen que cuerpo no es igual a identidad, pero luego, que todo es cuerpo y ésta, sus pulsiones: biología, de nuevo. Defienden al final lo mismo que algunos a los que dicen enfrentarse – ¿batalla de ciegos o de hipócritas? – pero sus daños van más allá, porque derriban otra dimensión de las potencias humanas.
Los niños no pueden volar, nos dicen.
Pero yo digo que sí.
El poeta alemán Rainer Maria Rilke dejó mucho escrito sobre los Angeles:
SEGUNDA ELEGÍA
Todo ángel es terrible. Desdichado de mí, no obstante
Yo os invoco, pájaros casi mortales del alma, conociéndoos.
¡Cuán lejanos son los días de Tobías
En que el más resplandeciente de vosotros
Podía aparecerse, apenas disfrazado para el viaje,
En el umbral de la casa, sin provocar espanto!
(Un simple joven a los ojos de otros, solamente curioso).
Si el arcángel, hoy en día, amenaza de las estrellas,
Diera un solo paso hacia nosotros,
Nuestro corazón,
Sobresaltado, nos mataría.
¿Quiénes sois?
Precoces perfecciones, criaturas mimadas,
Elevadas crestas, aristas aurorales
De toda creación, divino polen,
Junturas de luz, pasillos, escaleras, tronos,
Aires de esencia, escudos de dicha, tumultos
De éxtasis tormentoso, y, de pronto, aislados
Espejos
Cuya belleza rebota, esparciéndose
Por el rostro que en ellos se refleja
(…)
Elegías de Duino (1912-1922)
http://www.jotdown.es/2011/06/los-angeles-de-rilke/
Y ¿qué tiene un niño de Angel de Rilke? Recién aterrizado, los juicios de un niño son ingenuos y sus dictados tiránicos; su lógica, diáfana y contundente, inapelable, su sentido común, aplastante; capta lo primordial, sobrevuela lo accesorio e, incapaz de ocultar la mentira, no está contaminado de las dobleces de quienes ya hemos pasado un tiempo entre vilezas y nos hemos plegado para sobrevivir.
Y hacia todo dirige su mirada, y por todo pregunta, y… ¡parece el espía de algún Dios!
Por un tiempo, el niño volará todavía inatrapable. Y será un guerrero insolente que nos pinchará en el culo con su espada de juguete. Nos recordará nuestras renuncias a sueños y a ideales, y que nuestros fracasos no siempre fueron obligados, sino producto de la dejadez o la debilidad. En el niño la vida brota con una fuerza que sólo conservan los hombres sublimes, y la pureza asoma aún por momentos deslumbrante como la de un Angel. Por eso su llanto es insoportable: ¿cómo queréis que llore tanta belleza arrojada a la inmundicia?
Absolutamente puros y potentes, los niños son, como los Ángeles de Rilke, una exigencia rotunda: cada uno, una nueva última oportunidad.