Las máquinas deben morir

Las filosofías existencialistas dan una clave para completar la máquina.

Ya decíamos que Heidegger distinguía entre cosas que son entes, y el ser humano, que no es un ente sino un ser. Lo que lo diferencia es que es un “ser ahí”, lo que llamaba “dasein”: una lavadora es la misma lavadora la instalen donde la instalen, lave la ropa que lave, pero una persona no será la misma si nace o vive en París que si lo hace en Tombuctú. Es decir, el ser humano también está definido por sus circunstancias (“yo soy yo y mis circunstancias”, como lo puso Ortega). Además, alcanza un destino y lo supera, y por delante se forma inmediatamente otro, con el destino final – la muerte- siempre presente en un horizonte indefinido.

Los robots son seres que nos mimetizan pero sin dasein. Son un “ser no ahí”, seres sin circunstancias; pseudohumanos con placa de características, con cualidades prefijadas de partida.

¿Valdrá el test de Türing para pedir el DNI?
Para humanizar al robot (¿será humanizar sinónimo de dar vida?) no es suficiente que elabore razonamientos, que se parezca más y más nosotros físicamente o que tenga un interfaz amable y empático, ni siquiera que parezca sentir o sienta de verdad. Los impactos del tiempo, las experiencias y el entorno deben dejar huella, como meteoritos en una luna imperfecta. Debe envejecer, ir adoptando una variedad de filias y fobias, y el horizonte de la muerte no le debe ser ajeno.

Pero, ¿queremos crear semejantes, o sólo esclavos?¿O versiones de prestaciones mejoradas pero vacías? ¿O creemos que tales cosas son todas lo mismo? Y aunque no lo creamos, ¿podremos negar acaso la humanidad a la máquina con funcionalidades (¿cualidades?) humanas aunque carezca de ese dasein?

Blade Runner es puro Heidegger

[Atención, «spoiler»]

En la novela y película Blade Runner, los replicantes son, valga la redundancia, réplicas extraordinariamente logradas de los seres humanos. Están diseñados para tareas específicas fuera de la Tierra y no se permite su presencia en la misma, bajo pena de muerte. El parecido no sólo es físico e intelectual, sino que tienen las mismas emociones (miedo, apego por la vida, comportamientos sádicos o violentos, sentimientos de amor como el de Rachael hacia Deckard…) y sus imperfecciones son sólo detalles nimios, como algunas diferencias en la dilatación y contracción pupilar. Tienen también un tiempo de vida limitado. Son por tanto fisiológicamente equivalentes a un ser humano: Eldon Tyrell, su portentoso diseñador, le dice al replicante Roy Batty que lo creó con un cerebro idéntico al suyo. Entonces, ¿qué es lo que los diferencia? ¿Por qué no son humanos?

Los replicantes tienen un tiempo limitado, pero o no parecen tenerlo presente (de hecho la mayoría se entiende que ejecuta sus ingratas tareas sin protagonizar mayor revuelo, como los que habitan fuera del planeta… o tal vez como el propio Deckard), o bien sí que lo tienen presente pero se rebelan contra ello; éste es el caso de algunos de los más sofisticados, los Nexus 6, que viajan a la Tierra para averiguar si existe alguna solución que les dé la inmortalidad.

La respuesta es que los Nexus 6 no son aún humanos porque no han aceptado aún su temporalidad, porque no viven con la presencia de ese destino. Roy Batty sólo se convierte en algo más que una creación tecnológica en el momento en que acepta la muerte cuando aparece ante él. Hasta entonces luce pletórico pero falto de empatía y de consideración por la vida, como la del agente Deckard, a quien persigue y acorrala con sadismo. Pero su último momento le regala un destino, y con éste un alma; al aceptarlo, el tiempo cobra sentido y reconoce los que fueron sus destinos anteriores, la secuencia de sucesos increíbles que, con sus últimas palabras, relata haber presenciado, haber -ahora- vivido. Sus recuerdos se marcharán con él, dice, pero entiende entonces el valor de la vida y salva la de Deckard.

La única diferencia entre un réplicante normal y un Nexus 6 es que éste es consciente de su destino. La diferencia entre un Nexus 6 y un ser humano es que éste lo ha aceptado. Roy se convierte así en un ser humano, y adquiere un alma cuya divinidad representa la paloma blanca, ausente en las muertes previas de sus desfortunados compañeros de lote de fabricación. Dios se ríe de nosotros, lamentaba Eldon Tyrell cuando admitía no entender por qué no funcionaba ninguno de sus intentos por hacer inmortales a sus creaciones. Y es que Dios sabe que la inmortalidad es enemiga del tiempo y por tanto de la vida, y por eso se la niega.

Pero hay algo más. En realidad, Roy acepta su fatal destino cuando mata a su creador, porque entonces admite ser una creación fallida: inicia entonces la persecución de Deckard, pero es al arrinconarlo y tenerlo en sus manos cuando en cambio le perdona la vida, y se hace humano justo antes de morir. ¿Qué es entonces lo que lo hace humano, además de aceptar su destino, cosa que ya había sucedido antes? ¿Sentirse morir, sentir ya cómo su cuerpo desfallece? Los demás somos humanos antes de ese momento. ¿Ver la muerte ajena, saber condenado al otro protagonista a caer al vacío él también? ¿O es el hecho de perdonarlo? ¿O esquivar la muerte de alguna forma a través de la vida que perdona, la de Deckard, con quien comparte sus recuerdos en la escena más famosa de la ciencia-ficción? Sus últimas palabras lamentan que vayan a perderse («como una lágrima bajo la lluvia»), así que no parece creer que por salvar a Deckard eluda su desaparición. Parece más bien que sencillamente se hace humano cuando entiende que la vida tiene un valor. La vida sin más, sin objeto.

Al presenciar esta transformación en Roy, cabe preguntarse si la misma gracia cae sobre Deckard y también se hace humano. Tal vez por eso huya junto a Rachael, incapaz de seguir ejecutando su frío trabajo de asesino de replicantes (trabajo que hacía evidente que era uno de ellos).

Por último, ¿por qué no delata Deckard a Rachael si ella era una replicante? Alguien podría decir que es «sólo» por amor, pero eso contrasta con la frialdad absoluta con que ejecuta a otros replicantes. ¿No será que ella ya es humana, porque ya había experimentado esa misma transformación anteriormente, y por eso no reacciona contra ella?

La electrónica de potencia es un existencialismo
Ya existen las máquinas arrojadas a su existencia. Unas de ellas son los convertidores (las fuentes de alimentación, omnipresentes en nuestros ordenadores o en los cargadores de los dispositivos móviles). Un convertidor es, como un ser humano, él y sus circunstancias. Envejece, respira, se calienta, recibe, transforma y transmite energía, por él circulan fluídos (los «eléctricos» y los de refrigeración), y se le escuchan latidos a distintas frecuencias y escalas de tiempo para distintos procesos. Denle un ordenador portátil a una tribu animista, y pensarán que está vivo no por la pantalla sino por la fuente de alimentación, que respira y echa calor. En ella identificarán la energía vital con que lo dotó su creador, y en la pantalla el escaparate de su obra, los objetos de su naturaleza creada. Para ellos, un móvil está mucho menos vivo que su cargador.

El diseñador de una lavadora o un robot trabaja pensando eminentemente en la funcionalidad, es decir, que se mueve en un terreno abstraído de las condiciones físicas en las que trabajará su diseño – esas condiciones las conoce, se han supuesto y congelado en n especificación, y las debe tener en cuenta, pero no son coprotagonistas al mismo nivel que las funcionalidades; sin embargo, el diseñador de convertidores tiene éstas como definitorias del mismo núcleo de su creación. Siempre hay más ruidos electromagnéticos de lo previsto, siempre más restricciones de espacio, la temperatura o las vibraciones siempre llegan más alto de lo especificado, las sobretensiones imprevistas de la agresiva red eléctrica pueden causar averías intempestivas, y mil etcéteras: el propio convertidor por definición ve su vida afectada por su propio histórico.

El día en que la robótica se parezca más a la electrónica de potencia, los diseñadores de robots estarán más cerca de ser Dioses, de ser creadores de seres.