El profesor Jesús Maestro, uno de los mejores filósofos de España y del mundo ahora mismo, nos dice en uno de sus vídeos, hablando del movimiento literario llamado «poesía de la experiencia»:
«La poesía de la experiencia es la poesía de la experiencia vacía. ¿De qué experiencia nos hablan sus autores? De la de experimentar unos sentimientos, unas sensaciones. Pero eso no nos remite a un contenido empírico que tenga que ver con la ciencia, ni la filosofía, ni las leyes […] Con frecuencia la poesía de la experiencia es una poesía de quienes no tienen experiencia en absolutamente nada, porque simplemente están sentados observando una puesta de sol, la hierba que crece…».
Efectivamente, si nos fijamos en sus vidas, en general los poetas de esta corriente han sido gente con dinero y una vida digamos fácil comparada con la de tantos otros. Pero, aunque no deje de ser necesaria, esta crítica esconde una gran trampa.
La gente de la escuela de Oviedo cree que toda obra literaria debe tener un contenido en experiencias e ideas, y si no lo tiene, fácilmente cae en la crítica de señalar un exceso de sentimentalismo y un valor literario escaso. Es decir, si usted escribe una poesía sobre una puesta de sol sin más, sin ningún significado más o menos oculto, entonces según ellos estará cerca de ser un llorica imberbe sin valor literario. En vez de sobre una puesta de sol, debería usted hablarnos de su situación, de opiniones y experiencias que haya vivido o visto en su entorno, por supuesto casi siempre en sentido figurado como hace la buena literatura, a través de unos personajes que luego en realidad sean usted, su vecina o la madre del político al que quiera usted insultar. Al mismo tiempo, sin embargo, tendrá usted que hablarnos de esas experiencias y hacer sus observaciones de una forma coherente y ordenada para que las podamos entender, y para ello inevitablemente se tendrá usted que suscribir a un sistema de ideas – sea más conscientemente o menos. Ahora bien: usted como común mortal jamás sería capaz de construir el suyo propio, ni de hacer su propia combinación entre ideas de unos sistemas y otros. Por tanto, escribir siempre supone tomar partido entre bandos de ideas preexistentes, y tiene usted que realizar siempre algún tipo de defensa o ataque frente a la posición de otros. Eso en resumen es lo que opinan en la escuela de Oviedo.
Luego esta gente llama a nuestra izquierda guerracivilista. Tiene razón, pero es que son tales para cuales. Y es lógico, porque tienen la misma raíz.
Esa raíz obviamente es la católica. Esta vida es un valle de lágrimas, nos dice una máxima. Es decir, a esta vida venimos a vivir experiencias, unas alegres y otras penas en forma de tristezas o dificultades. Pero las penas son experiencias que nos enseñan más que las alegrías, puesto que son más intensas, nos hacen más conscientes de nuestra realidad y también de las alegrías cuando vienen, o nos ponen ante el reto de superar dificultades. Si usted no anda penando, entonces una de dos: o es un tipo al que le va tan bien que su vida no es representativa de la de nadie más, o bien es un estúpido inconsciente de la realidad. En cualquiera de los dos casos, lo que pueda escribir no significará gran cosa para nadie que no sea un idiota. Alguien despierto utiliza todas las herramientas para sobrevivir a las duras experiencias de la vida, y la literatura es una de las mejores. Por tanto, no existe posibilidad de que una creación literaria valiosa comunique a los demás nada que no sea las crudas vivencias del autor, el enemigo culpable de ellas y su puta madre, y sus coordenadas en el campo de batalla para que luego vayan otros a bombardear. Eso como poco, porque a partir de ahí se esperará que haga un ataque más directo o más velado contra ese enemigo, que será también enemigo del resto de los miembros de su bando. Tanto nuestra izquierda como la escuela de Oviedo es como si estuvieran en una guerra continua que hacen extensiva a todos, unos tirando más de drama y los otros más de épica. Cuánto teatrillo.
Yo también analizo las cosas continuamente, pero sé que soy un poquito «desequilibrado». Presto mucha atención a los contenidos subversivos ocultos en las obras de arte y literarias más difundidas, pero en parte lo hago por entender mejor la realidad y en parte precisamente por la fascinación y el disgusto que me produce que apenas haya creaciones inocentes sin segundas intenciones. Yo también veo el encaje de muchas películas, series y novelas en unos pocos sistemas de ideas (catolicismo, protestantismo o masonería), pero no trato de hacerlas encajar a toda costa con todo lo que me encuentro, menos aún descalifico a las que no sean de mi sistema. Resulta que a veces la gente hace las cosas sin más que porque les llaman la atención, les resultan tiernas, emocionantes o entretenidas, y no por ello dejan de tener su valor y legitimidad como creaciones literarias o artísticas. A lo mejor a mí tampoco es lo que más me fascina, pero tiene su valor. Sin embargo, al igual que nuestra izquierda cuando dice que «todo es político», los Tercios de la escuela de Oviedo no le dejarán a usted lugar por el que escapar. Ni un triste poema podrá escribir, porque siempre será para evadirse como un cobarde o para unirse al enemigo como un traidor. Pero miren ustedes, la vida no consiste sólo en militar. Incluso aunque uno opine que haya que hacerlo, la vida no es esa milicia. De hecho, a lo mejor resulta que lo ficticio son esas batallas ideológicas, políticas y económicas y las penurias a las que dan lugar. Y a lo mejor por eso hay tanta gente que intenta buscar resquicios para respirar fuera de los ambientes y las obras ideologizadas. El problema es que entonces se van a cursiladas tipo Coelho. Pero la literatura a lo mejor también tiene sentido más allá de su uso como herramienta para transmitir experiencias e ideas.
Para la escuela de Oviedo, supongo que Wagner es la cumbre de la estupidez del idealismo alemán. Wagner quería crear la obra de arte total, mezclando música, literatura, teatro, danza, arquitectura escenográfica…todas las artes y la literatura sobre el escenario. Pero Wagner es al idealismo alemán lo que la escuela de Oviedo quiere ser al catolicismo con su crudo hiperrealismo, que de tan realista que es, a veces se pasa y deja de serlo. Además, la escuela de Oviedo pretende dictaminar qué es literatura, qué es arte, ciencia… igual que esos idealistas. Es un sistema que pretende darnos herramientas de juicio para todo. Pero oiga, no, resulta que los «flipaos» no son ellos, son sólo los idealistas alemanes.
La realidad sin embargo es que el pensamiento rebasa cualquier sistema. El pensamiento, y lo que no es pensamiento también. Solamente hace falta alguien suficientemente inteligente (antes las llamaban brujas) para ver cómo se sale de cualquier sistema de pensamiento. Y ésta, irónicamente, es una idea para nada ajena a la curia católica. Lo más que he oído a alguien de la escuela de Oviedo acercarse a la iglesia ha sido a Daniel López cuando ha dicho que este materialismo filosófico inevitablemente se irá actualizando en función de los cambios en las condiciones materiales. En realidad no tiene todo el mérito decir eso, entre otras cosas porque la iglesia lleva mucho tiempo diciéndolo. Es algo fundacional en el cristianismo, a través del episodio bíblico de la Torre de Babel. La Torre de Babel son los seres humanos construyendo no una torre literalmente, sino cualquier tipo de sistema – una ideología, una noción sobre lo que es la sociedad, el arte, la literatura, la ciencia… lo que sea – y creyéndose que los va a llevar todo lo lejos que quieran sin que caduque nunca.
Aún así, no sólo se piensa contra otros, es decir, contra otros sistema de ideas. En parte es así, y también se vive contra otros bandos. Pero es que resulta que ninguno tiene ni toda la razón, ni ninguno de los demás ingredientes al completo, porque cada bando es una representación de un ingrediente de la realidad llevado al extremo.
- Por ejemplo, la poesía de la experiencia hace literatura sólo con sentimientos. En el otro extremo, el «arte» conceptual hace arte sólo con conceptos, sin necesariamente recurrir a una estética, ni a provocar sentimientos o referirse a experiencias. Puede que quedarse en uno de esos dos extremos sea propio de un gilipollas, pero si esos movimientos están ahí no es por accidente. Escuche usted a todos los que se equivocan, que entre todos tienen la razón.
- Por ejemplo, los católicos dicen que los protestantes son irracionales porque se guían por los sentimientos y porque están abiertos a la libre interpretación de la Biblia (que por simplificar es lo mismo que decir que, au´n bajo ciertas premisas, cada persona tiene puede decidir por sí mismo qué está bien y qué está mal, y que rechazan la guía de nadie, de modo que valoran lo mismo lo que diga cualquiera). Por supuesto eso no es lo que dicen los protestantes, pero así los pintan algunos católicos. Los protestantes por su parte dicen que los católicos no piensan por sí mismos porque no pueden desviarse de una doctrina unificada por una autoridad eclesiástica. Pues oiga, yo no me trago ni una cosa ni la otra. Uno fácilmente se puede equivocar pensando en teología, pero tampoco aceptaría una autoridad intelectual que me dicte esta materia por completo.
- Otro ejemplo: el cristianismo se basa en poner en el centro de la sociedad al binomio madre e hijo como lo más valioso y que más protección y atención merece, y el Islam en poner en el centro la defensa del orden social, que se asegura a través de la autoridad del padre, delegado del padre de ahí arriba. Por eso los cristianos van a la guerra para defender a sus mujeres e hijos y los musulmanes van en nombre de Allah. Cada religión obtiene su energía de cada uno de estas dos urgencias nucleares, defender el núcleo familiar madre-hijo o defender el orden del padre, pero ninguna de las dos quiere ni podría basarse en tener toda la razón, ni en ser más equilibrada, o en explicar o hacer las cosas mejor que la otra, sino en ser el sistema más operativo y también energético para las circunstancias de cada zona y cada momento. Porque no sólo hay que construir el motor, el sistema; también hay que sacar de algún sitio la energía para moverlo. Parece mentira que esté hablando de lo que es operativo y al mismo tiempo hable «contra» la escuela de Oviedo… es lo que tiene su materialismo empiricista, que dificulta ver más allá.
Es decir, cada movimiento artístico, literario, religioso…se basa en dar más valor o al menos más urgencia a unos aspectos de la realidad. Ninguno aspira a conocerla entera. Al menos, ninguno de los que hemos tenido hasta ahora en Occidente. Unos sistemas puede que sean más «realistas» que otros; eso habría que discutirlo. En el catolicismo no existen los héroes sublimes de Wagner, y menos aún ninguna asociación a su origen o raza. Existe Paco el del bar, que es un poco cainita pero en el fondo no tan mala gente. Pero es que no son tan pocas las personas que se parecen mucho más a un héroe de Wagner que a Paco el del bar. Ante la evidencia de que existe gente muchísimo mejor que otra, el catolicismo ¿qué hace? Ignorarlos, o bien hacerlos santos, que al final es lo mismo – ponerlos fuera de tu liga, como si no fueran representativos de la vida de nadie. De modo que el catolicismo tampoco te habla de las cosas como son. Alguien de verdad empeñado en descubrir cómo es la realidad lo que tiene que hacer es un mix de los distintos sistemas, de las distintas ideologías, religiones, literaturas y movimientos artísticos. Lo cual no significa que todos tengan la razón, ni que no le sobre nada a ninguno, ni que todos sean «igual de realistas o de honestos o de [inserte usted el calificativo que quiera] pero cada uno a su manera». Por mucho que digan, apenas nadie se atreve a intentar entender bien la realidad desprendiéndose de todo lo que descubre accesorio o desatinado. Los pocos que conocen de verdad cómo es el ser humano y el mundo son algunos de los encargados de dirigirlo (en mi opinión, sobre todo la élite de la iglesia católica), o bien están a lo suyo haciendo sus pócimas (las antes llamadas brujas). Y ninguno te lo van a revelar. Los primeros, porque a cada parte del rebaño le cuentan una parte de la verdad para dividirlo y reunirlo en bandos encontrados y, a través del debate y el enfrentamiento, poder llevar al conjunto donde consideran que hace falta llevarlo; las segundas, porque las aburre hablar de estas cosas – ellas no quieren dirigir el mundo, están ocupadas investigando todavía más lejos sobre la realidad, y no le suelen prestar mucha atención a estas historietas.
Una muestra más del afán combativo hasta el absurdo de la escuela de Oviedo ha sido cuando, hace poco, Fortunata y Jacinta, en su por otra parte magnífico canal de Youtube, metía a don Santiago Ramón y Cajal en el saco de los negrolegendarios, al menos en algunas de sus conferencias. Cajal efectivamente invitaba a los jóvenes científicos españoles a hacer estancias en Europa, pero es que la ciencia es un esfuerzo internacional, y además siempre defendió la necesidad de ser realistas o el amor a la patria:
«Abandonemos todo pensamiento especulativo y bajemos a la realidad»
«Las cualidades indispensables al cultivador de la investigación son: la independencia mental, la curiosidad intelectual, la perseverancia en el trabajo, la religión de la patria y el amor a la gloria.»
Por mucho que los alemanes y su «Europa sublime» tengan sus ficciones, a veces catastróficas, y que parezcan mejores de lo que en realidad son, también hay cosas que deberíamos aprender de ellos, si es que son aprendibles desde nuestras coordenadas. Porque en este planeta casi todos somos unos desequilibrados de tres pares, y más en Occidente. Y a lo mejor a los de la escuela y a Gustavo Bueno los engañan nuestros palilleros patrios haciéndose pasar por personas normales y realistas con su palillo en la boca, pero a mí no me la cuelan. De normales, razonables y equilibrados los españoles hemos tenido y tenemos poquito. Eso sí, nos gusta fingir que estamos al tanto y de vuelta de todo, así que si Cajal habló de las dificultades de investigar en España, resulta que ahora a algunos les sienta mal. Fortunata y Jacinta añadía que Carlos Lamadrid, otro buen miembro de la escuela y profesor de matemáticas de instituto, ha desmentido que en España haya habido especiales dificultades para la investigación científica, comparada con los países centroeuropeos. Lo siento, pero semejante estupidez confirma que esta gente está bastante alejada de la realidad.
Incluso aunque las dificultades no hayan sido tan horribles como otros las pintan, España es un barco en el que unos reman y los demás se aprovechan. Aquí casi todo lo han hecho siempre personas o grupos muy pequeños luchando para empezar contra el viento y la marea de sus propios compatriotas. Claro: usted desde fuera ve el barco avanzar, mejor o peor, y concluye que «en España nunca ha habido tales dificultades para remar». Y lo afirma contradiciendo testimonios como el de Cajal, uno de nuestros mejores remeros, testigo además especialmente despierto no sólo para la ciencia. Pues oiga, coja el remo y luego nos cuenta, que usted tiene formación en ciencias pero no vive de la investigación científica.
Es curioso que la gente de la escuela de Oviedo hable tanto del valor de la experiencia en el mundo real, devaluando en este caso a unos poetas que sólo hablaban de sentimientos y puestas de sol, pero cuando esa experiencia no le gusta la descarten, rebatiendo incluso a Santiago Ramón y Cajal cuando señalaba la mayor dificultad de investigar en España. También es interesante que califiquen a los protestantes de inquisidores y enfermos idealistas, y a la vez ellos dicten continuamente qué creaciones no tienen valor o quién era un negrolegendario con una obsesión igualmente enfermiza. Esto es algo propio de gente partidista sin capacidad ni voluntad de encajar la realidad. De ahí sacan ellos la energía. De un sistema, el materialismo filosófico, que da herramientas para construirse una visión magnífica de la realidad, pero escorada y en parte errónea, o propensa a que sus «usuarios» cometan este tipo de errores flagrantes. Se demuestra lo que decía de la energía: no sólo hace falta que un sistema de ideas o creencias tenga una coherencia, también debe ser capaz de extraernos energía para moverse y movernos y resultar operativo. Claro: operativo para el objetivo superior, que es llevar a tu sistema a colisionar contra otros. Esto es porque la mayoría de la gente sólo puede pensar desde dentro de un sistema. Pero los sistemas son coches que sólo encuentran gasolineras si van por el camino equivocado. La gasolina de los miembros de la escuela de Oviedo en parte sale precisamente de los sentimientos, que ellos siempre atacan con tanta vehemencia en cuanto no los ven asociados a una razón que los enmarque y los tutele. Son tan mentales que al final no tienen dónde ubicar los sentimientos sin etiquetarlos para entonces darles valor, significado y sentido, de modo que éstos afloran sin darse ellos cuenta o sin controlarlos, porque nunca les han prestado la atención debida. Su propio sistema se lo impide, o no lo favorece. En su caso, el ímpetu militante no sólo nace de la necesidad de conocer la Historia de España sin manipulaciones como la de la leyenda negra, sino en ocasiones de un patriotismo mal entendido. Un amor patriótico que de hecho más que por España es por su «sistema» de ideas, el catolicismo, que ellos saben que, con su (particular) realismo, ha dado una base para el materialismo filosófico. Era de esperar: todo el que ama a España no ama a los españoles, de hecho los puede incluso detestar; lo que ama es su forma de ver la vida. Y ésta se basa en un «sistema» de creencias, el catolicismo. Irónicamente, el catolicismo no es un coche, es una tienda de ruedas, y a cada uno le vende las que quiere para que se meta por un camino diferente, siempre en parte acertado pero en parte equivocado. Por mucho que digan algunos, la iglesia es quien está detrás de la escuela de Oviedo pero también de nuestra izquierda actual, que es muy poco compatible con la masonería original.
La enorme intensidad mental de la escuela de Oviedo y lo mal que su sistema maneja los sentimientos contrasta con la naturalidad con la que el propio catolicismo los combina con la razón. Luego nos preguntamos por qué las religiones calan tan hondo. ¿Cómo no iban a hacerlo? A su lado, todas las ideologías y sistemas de pensamiento parecen diseñados por gente con desequilibrios emocionales graves, cuando no por deficientes mentales. Claro, una ventaja es que las religiones parten de (un determinado tipo de) dogmas, pero es que para eso sirven: para crear un punto de partida en el que intelecto y sentimiento casen, y desde ese punto razonar, aunar experiencias y emociones, y saber que los sentimientos puede tener un valor y un motivo por sí solos. Las religiones no sólo no son necesariamente irracionales, sino que permiten desarrollarse más allá de lo sólo material, lo sólo mental, lo sólo emocional o lo sólo espiritual. Y con ello, consiguen que la energía pueda salir de un lugar armónico, en vez de sitios como las mentiras que uno se cuenta a sí mismo, como que hay otro bando malvado que quiere el mal para nosotros, que somos los buenos y defendemos la verdad, España o la clase obrera. Un religión anima a luchar no sólo por una clase social, un país o unas ideas sino por una persona a la que amamos, y las razones y motivos para hacer todos esos esfuerzos diferentes son los mismos. Ahora bien, las religiones del libro se caracterizan por ponernos en un punto de partida en desequilibrio: nos señalan y reprochan nuestra imperfección, y la asocian a nuestra falta de desarrollo espiritual. Nos dicen que somos espiritualmente incompletos, nos ponen el ejemplo y guía de Jesús o Mahoma y otros profetas, y de ahí obtienen la energía para movernos. No sólo calan hondo por calar, sino para movernos hacia algún sitio a partir de ahí. La diferencia es que te conminan a descubrir toda la verdad tú, y te señalan el camino para ello. Un camino que es sobre todo espiritual, porque es el aspecto superior a los demás (el intelectual, etc.). Es decir, igual que por ejemplo el materialismo filosófico se centra en lo mental y le resta foco a los sentimientos, estas religiones también «nos quitan» algo que alguien podría reclamar: «¿Por qué voy a ser yo espiritualmente inferior a nadie? Mi espíritu está perfectamente, gracias» – diría un satanista. Esto de obtener energía del desequilibrio es algo característico de Occidente, y el motivo de que haya tenido el desarrollo que ha tenido, pero también es lo que hace que siempre se divida en bandos enfrentados, buscando o atrayendo otros con los que enfrentarse y tal vez a la larga combinarse. Cuando se combinan lo hacen para sorpresa y disgusto de quienes se ciñen a uno de los sistemas, pero bajo una batuta oculta que está por encima de ellos y que sabe que, tras la colisio´n, se van a revelar compatibles. Es el caso del feminismo actual, que ha dejado de ser el tradicional – de metafísica materialista – para adoptar la metafísica católica de sacralización de la sexualidad femenina. Es también el caso del cristianismo y el Islam, que acabarán fusionándose precisamente porque es inevitable que unos seres terrenales cuya sexualidad es sagrada estén sobreprotegidas – para empezar, contra sí mismas – bajo un sistema que imponga un orden social muy estricto – y por tanto patriarcal.
Por su parte, cuando el materialismo filosófico dice que siempre se piensa «contra alguien», es decir, contra las ideas que defienden otros, a lo mejor inconscientemente está admitiendo que ninguno de los caminos lleva a la verdad – el suyo tampoco. En realidad no hace tal concesión, sólo dice que es inevitable el choque entre ideas – sean las de grupos o las de culturas enteras. Pero, quien quiera entender la realidad en vez de sólo ser testigo de ella cuando lo atropelle, la conclusión inevitable es que cualquier sistema es incompleto desde su propio planteamiento. Los sistemas son vehículos diseñado cada uno para ir por un camino. Los que va por cada uno de ellos están convencidos de estar acertados, que significa que o ellos tienen la verdad absoluta universal, o al menos la mejor solución para ellos mismos, y entonces por ejemplo creen que la única religión posible para Occidente es el cristianismo y que el Islam es incompatible con él. Por supuesto, al centrarse en su jugada se pierden la partida. Por eso, algunos cabroncetes lo que hacemos es interesarnos por lo que piensan unos y otros, recoger de cada coche las herramientas que nos parecen útiles, sin subirnos del todo a ninguno, y quedarnos observando cómo cada cual se marcha por su lado con sus aciertos y sus volantazos. No es por las risas, es porque ver los patinazos ayuda a entender la partida global. «Usted no aporta nada», me dirán. «No propone ningún sistema». «Pensar sin sistema no es pensar», decía Gustavo Bueno. Y una mierda, porque estoy dando la clave más importante: utilizar no uno sino los distintos sistemas que hay, sus motivos, empaparse de su manera de movernos y disponernos emocional, espiritual y mentalmente, y emplear las herramientas que veamos valiosas, cada una cuando corresponda. Mezclar ideologías es algo que hacen muchos hijos de vecino inteligentes cuando dudan sobre a quién votar y dicen «me gusta esto de este partido y esto de ese otro» y acaban concluyendo que «yo es que no soy ni de izquierdas ni de derechas«. Y los que dirigen el mundo, que son los que mejor lo entienden, piensan igual que yo, eso denlo por sentado. Del mismo modo, el episodio bíblico de la Torre de Babel lo escribió alguien capaz de ver desde fuera de su torre y de cualquier otra.
A pesar de la raíz declaradamente católica de la escuela de Oviedo, la iglesia por supuesto les lleva mucha ventaja. Además de estar por encima de todos los sistemas, con el más flexible y camaleónico, dirige la fusión ecuménica entre ellos, y es la principal organización hacedora y destructora, promotora de antisistemas en la sombra. Pero, para empezar, la iglesia sabe que no todo es mental ni todo una batalla, así que tiene reservado un lugar especial para ámbitos de creación inocente, como por ejemplo la cocina. Los buenos cocineros ponen la cabeza, las manos, el corazón y el alma para elaborar algo que no puede ser más terrenal y a la vez más alejado de ideas, sistemas y bandos. Las monjas siempre han sido grandes reposteras, con recetas como las ricas yemas de Santa Teresa. Más que les pese a algunos, hacer yemas de Santa Teresa no es política. Y, cuando se las haces a alguien goloso, es como escribirle una bonita poesía sobre una puesta de sol con la mera intención de que la disfrute.
Lo más gracioso es que a Jesús Maestro le gusta tocar el piano, y las piezas que adornan sus vídeos las interpreta en muchos casos de manera especialmente delicada y sentimental. Hay contradicciones inconscientes casi tan deliciosas como las yemas de Santa Teresa.