Sobre la educación infantil en transexualidad
Han invadido el mundo de la infancia. El de los planetas inventados, el hallazgo continuo, los sueños y la magia.
¿Os habéis fijado en la atracción que sienten los niños entre sí? Yo fui testigo hace poco en mi sobrino, de dos años, cuando jugaba en un parque junto a una niña rusa un poco mayor que él. Surgió entre ellos una atracción intensa. Ella reía y lo miraba con ternura, y él, hechizado, le devolvía una sonrisa remolona y se lanzaba por el tobogán, haciendo el tonto sólo para ella. Al final de la tarde no sabían despedirse: una y otra vez se escapaban él de mí, ella de sus padres, y corrían los dos desde lo lejos para reunirse y quedarse inmóviles la una frente al otro, absortos, asomados a los ojos sin decirse nada…¡cómplices platónicos!
Ese es el mundo que han invadido. Un niño ya no verá nada fuera de lo común en la sonrisa emocionada de su amiga. Porque se preguntará, y le preguntará a ella, si tiene pito o pititi. O pene o vulva, que no es lo mismo. Esa es la imagen de ella que le vendrá a la mente; eso querrá saber, porque en clase le habrán dicho que por algún motivo es algo importante. Y entonces, tras unos ojos verá un cuerpo, no el ser que encierra. Y se romperá ese momento único en el que un niño debería estar descubriendo que en el mundo, además de cosas divertidas, gamberras y curiosas, existen la belleza sobrecogedora, el alma tras la mirada, el ideal.
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En el pasado, los niños casi siempre tuvieron que crecer deprisa. Desde una edad muy temprana ya ayudaban a los adultos en sus tareas; sin embargo, nadie esperaba que fueran uno de ellos. Durante un tiempo, más recientemente, la infancia ganó en reconocimiento: era un terreno vallado con un propietario, el niño. Pero actualmente, la intervención de los adultos en este espacio ha pasado de la labor de formación a la de entrenamiento por cuenta ajena, en la escuela y con la televisión. Y ahora se ha convertido en territorio para el adoctrinamiento.
La atracción que siente mi sobrino sólo le sobreviene con niñas, de modo que a una edad temprana ya existe un comportamiento sexuado – en el sentido de selectivo, de dirigido hacia un grupo determinado. Sin embargo, a pesar de ser un comportamiento sexuado, en él no interviene lo genital; no hay una atracción por un cuerpo con genitales a esas edades. Sí es una atracción despertada, al menos en parte, por la belleza física, es decir, por elementos con características estéticas palpables, visualizables, materiales (ojos, pelo, voz…), los cuales componen elementos estéticos sutiles (una sonrisa, una caricia, una manera de hablar o de moverse…). Estos elementos son la puerta a la percepción de lo anímico que subyace tras el escaparate que es el cuerpo; son lo que hace que el niño capte que no está ante una pared o un gato sino ante un ser animado consciente, y que vea algo semejante a sí mismo en el interior de ese ser que tiene delante.
Los penes y las vulvas no están presentes en ese listado de elementos corporales estético-comunicativos, así que no no forman parte importante de la comunicación ni de la construcción infantil de las identidades propia y ajenas, ni mucho menos de ese primitivo “amor” de parque infantil. Cuando aparecen en escena los genitales es de manera anecdótica e inocente. Inocente en el sentido de que no tiene doble vuelta, no tienen otra función plenamente activa además de la de expulsar residuos fisiológicos. Los niños saben que los papás y los chavales con rasgos externos “de niño” tienen o suelen tener pito, y las mamás y los niños de rasgos externos “de niña”, pititi. Incluso muchos pueden saber que los hijos se tienen cuando los mayores utilizan los genitales de alguna manera, y que por ahí salen los niños al nacer. Pero alrededor del genital el niño aún no siente generarse ningún tipo de impulso de atracción; no es un objeto de deseo, sino casi un juguete gracioso más, esa parte sucia de uno mismo de la que sale pis y que está cerca del culo, con el que se curiosea, que se toca y se enseña, y del cual se tira o retuerce con descaro gamberro. Incluso si un niño curiosea con sus genitales o los de otro, lo hará también llevado por el hecho de que despierte reacciones de sorpresa o desagrado entre los adultos, porque haya oído algo sobre ellos, o también por sensaciones físicas básicas de placer que puedan causarle. Esas sesanciones tal vez estén relacionadas con el hecho de que en los genitales existen numerosas terminaciones nerviosas que tras años de desarrollo, en un futuro, tomarán parte activa en la funcionalidad sexual de esos órganos, pero en la etapa infantil no generan como decimos un deseo o un impulso sexual consciente, sino en todo caso básico y desligado de las relaciones con las otras personas. No se ha producido aún un desarrollo hormonal como para que pueda desempeñar tal función, que corresponde a una etapa posterior de su maduración – la cual consiste precisamente en integrar las distintas funciones y las pulsiones biológicas asociadas de forma equilibrada a medida que van despertando.
Los genitales tendrán así una presencia todavía mínima entre el conjunto de factores que van componiendo la primitiva identidad infantil, la imagen que tiene un niño de sí mismo y de los demás, incluso de aquel otro niño o niña por el cual se siente atraído. Será mucho más importante a qué le gusta jugar, si corre mucho, si es travieso y el profe lo regaña, si presta sus juguetes, lo contento que está siempre… , porque para cualquier niño, lo más importante de los demás niños es su personalidad, y de su cuerpo sólo importan aquellas partes con las cuales se comunican y que expresan sentimientos. [Si les dan importancia a los objetos que tienen (ropa de marca, etc) o a características físicas (gordo, bajo, con gafas…), es cuando crecen, y lo hacen porque lo reproducen por imitación de los adultos o de niños más mayores, para conseguir aceptación dentro del grupo]. Por eso, si a los niños de una clase se les pide dibujar a sus amigos, nunca incluirán los genitales o caracteres sexuales, ni aún pintando a ese compañero o compañera especial que dicen que es su “novio” o “novia”. Sí pintarán en cambio esos elementos corporales estético-comunicativos a los que nos hemos referido, tanto los simples (ojos siempre grandes y con detalles como el color o las pestañas, pelo prominente, ropa de colores…), como los “sutiles” (sonrisa amplia, brazos abiertos en actitud amistosa…). ¿Por qué? Porque se comunican y se imaginan a través de esos elementos. El pene y la vulva no le transmiten información que le importe, no le comunican nada sobre la personalidad de sus amigos ni juegan ningún papel en ella, y por tanto de motu propio no los pintan. Toda la composición estará condicionada por los sentimientos que sus amigos despiertan en el pequeño artista. Además, se representarán haciendo cosas (y con las manos con dedos desproporcionadamente grandes, porque las manos son la herramienta con la que actúan sobre el entorno), y junto a elementos de su entorno personal. Le dan peso a todo esto porque la infancia es un período en el cual el cerebro está completamente dedicado al descubrimiento del mundo, y centra sus energías en lo primordial: si algo lo descarta o sitúa en otro plano, nosotros los adultos no debemos darle una prioridad mayor en su educación, porque no la tiene.
El mundo son los elementos del entorno material, pero también los del entorno social y personal, es decir, los elementos que los caracterizan a ellos mismos y a los demás, y que van conformando la identidad de cada uno, a medida que el niño va descubriendo que él es una cosa, y el resto del mundo y las demás personas, otra.
En ese proceso, las fuertes sensaciones de atracción que despiertan las características de algunos otros niños (la dulce compañera de juegos en el ejemplo inicial) ponen al niño ante una situación nueva, igual que, diría alguien piadoso, «a un inocente pastorcillo la aparición de la Virgen María», o a un fanático argentino del fútbol un gol de Maradona. La fuente de esa sensación no es un elemento concreto, ni el conjunto; no son los ojos ni es la sonrisa en sí, porque esa niña o niño no es un ojo o una boca. Lo que el niño descubre es que hay algo que da vida a esos elementos, algo real pero invisible. A partir de entonces, sabrá construir – o sabrá captar, según se quiera – lo intangible que subyace a lo material, y sabrá de su fuerza, porque habrá experimentado su capacidad para causar emociones profundas. Y con esto se está preparando para, en un futuro, enamorarse del interior de una persona, pero también para enamorarse de una idea y defenderla anteponiéndola a lo material.
Es decir, se habrá formado en él la idea de que además de lo material, lo físico, lo inmediato, hay otras realidades: lo vital, lo anímico, lo ideal, lo espiritual. Y aquí, con lo espiritual no quiero decir necesariamente lo religioso.
Cuando a ese conjunto de “partes del cuerpo importantes” para el niño tratamos de añadir ahora los genitales, presentándolos como si fueran algo fundamental dentro de su personalidad y la de los demás, lo que hacemos es irrumpir en ese proceso de formación de las identidades infantiles. El inconsciente va creciendo y cocinando la concepción de uno mismo y de los demás con una cucharilla de materia y cuatro tazas de personalidad, pero estaremos tratando de desviar su atención hacia lo corporal y cambiar la receta para añadir más de cuerpo y menos de persona. Ese es un motivo profundo por el cual sexualizar la infancia es dañino. Pero el inconsciente es mucho más penetrante que la inteligencia consciente, y sabe captar qué es lo importante y qué lo impostado. Por este motivo, para conseguir perturbar el proceso de formación de la identidad, la “educación en transexualidad” va a necesitar ir mucho más lejos en su agenda: los contenidos actuales, en los cuales se habla de la homosexualidad entre animales, de niños y niñas con penes o vulvas, todo con profusión de imágenes, seguramente sean aún insuficientes para tener un impacto , y tendrán que pasar a contenidos y prácticas más lejos de lo comúnmente aceptado hoy en día. A estas alturas, por supuesto ya hemos adivinado que esta educación no tiene nada que ver con la defensa de la transexualidad: eso es sólo una excusa para su implementación.
En el proceso de exploración y maduración, los genitales irán cobrando un papel más importante en una etapa más tardía. Hay un caso distinto al que nos ocupa y muy extremo, el de la pederastia, que merece la pena analizar porque a través de él se puede corroborar esta afirmación. La víctima de pederastia capta inmediatamente que, incluso a pesar de sus maneras afectuosas si las tiene, el adulto abusador se comporta de forma anormal hacia él, guiado por un interés que al niño le resulta ajeno, que es el interés sexual. Ese comportamiento es anormal por robotizado, por alienado, por parecer guiado por una fuerza extraña, y está dirigido hacia su cuerpo, el del niño, centrándose especialmente sobre sus genitales, por algún motivo que el pequeño no alcanza a comprender. Son episodios que frecuentemente suceden de forma repetida, y a manos de un adulto cercano con el cual existe una relación de cercanía. Por eso le resulta extremadamente perturbador. El adulto genitaliza bruscamente su cuerpo y su identidad, sin respetar el proceso natural de maduración, en el cual la atracción genitalizada, que es muy potente, aparece mucho más tarde que los sentimientos afectivos y de atracción “platónica” infantil centrada en la personalidad, y sólo logra incorporarse y complementar equilibradamente a los mismos cuando éstos ya estaban asentados previamente con solidez. Evidentemente, el niño víctima de pederastia no siente él mismo esa atracción hacia los genitales, pero inconscientemente sí capta que el adulto siente una fuerza atractiva, que además es desmedida porque lo somete a una extraña voluntad obsesiva. Por eso, cuando en la adolescencia se despierte en él mismo el impulso sexual genital, la víctima de pederastia raramente va a lograr encajarla dentro de una relación afectiva madura, equitativa (entre iguales) y equilibrada. Frecuentemente, concebirá el amor como únicamente un juego de poder de dominación, y/o una relación entre seres totalmente desiguales en la cual el objeto de deseo es un ser no genitalizado, un niño, que por tanto no es dueño ni consciente de la integridad de su cuerpo y sus potencialidades.
La infancia es un período en el cual el ser humano debe ser sujeto. Debe recibir de su entorno: recibir información, afecto, pautas. Esas pautas se le dan para despertar y dirigir sus impulsos naturales, como los de generosidad o defensa y así aprender a compartir o convivir. Pero sólo se comparte aquello que se tiene plenamente. No es un período para obligaciones sin diálogo, no es un período para servir ni complacer. El niño capta que el adulto pederasta está obteniendo un provecho egoísta de su relación con él – egoísta porque no está recibiendo nada a cambio y está siendo objeto, no sujeto. Capta que no están jugando a lo mismo, porque el adulto abusador si está guiado por una pulsión extraña que el niño no identifica ni siente ni por tanto tiene integrada.
En el caso de la educación en transexualidad hay un paralelismo y parte del efecto será similar al de la pederastia, aunque no sea de forma tan brusca y violenta y no se dé el mismo impacto afectivo: estaremos genitalizando su visión de la identidad propia y ajena sin haber permitido que cuaje todo aquéllo en lo que deriva esa atracción “espiritual” pre-genital, que repetimos está enfocada hacia la personalidad y lo anímico, y menos hacia el cuerpo. Porque si se puede hablar de sexualidad infantil, es siempre una sexualidad casi espiritual, derivada de una atracción anímica que es sexuada en tanto que diferenciada, pero que no está intervenida/modulada por la atracción por un físico genitalizado.
Cuando llegue a adulto tendrá una visión mucho menos equilibrada de las relaciones entre las personas.
Volviendo a la educación en transexualidad, a partir de lo discutido podemos afirmar que lo dañino a edades tempranas no es que se les diga que un niño pueda tener vulva y una niña pene, ni que se les diga que es un parte más del cuerpo, sino que se les presente de manera explícita los genitales como variable básica para definir su identidad. Como factor alrededor del cual ésta gira, como algo que debe de ser muy importante para ella por algún motivo que el niño por supuesto no va a entender a su corta edad. No lo va a entender porque los genitales no cumplen aún su papel, y por tanto no va a integrar ese aprendizaje como si en vez de cuatro tuviera quince años. Por eso no hablamos de educación sino de manipulación.
Marxismo de género
Aquí hay una aparente contradicción, porque precisamente lo que argumenta la ideología de género es que la identidad no viene dada por los atributos biológicos, sino que es una construcción social. Es decir, que los genitales no determinan la identidad de manera unívoca (niño-pene, niña-vulva). El efecto de esta educación en transexualidad irá no obstante en la dirección contraria: hará que la biología esté mucho más presente en esa construcción que es el género. Esto es porque, como decimos, aunque niegue la univocidad de esa relación, pone el foco de atención sobre la genitalidad como factor fundamental en la contrucción de la identidad. Lo hace además a través de una clasificación de individuos en función de dos variables: lo que sienten y lo que tienen. El cuerpo que tienen. El mensaje no es “hay niños que prefieren jugar con muñecas, y niñas que juegan con coches”. No, porque no quieren poner el acento sobre la diversidad de personalidades – preferencias, gustos o caracteres, aspectos inmateriales – sino sobre la diversidad de atributos corporales. Y el cuerpo es lo material por antonomasia, porque es la primera propiedad con la que contamos, sobre la cual sentimos y en la que habitamos: la consecuencia de esta educación será entonces que el cuerpo no será sólo una propiedad, sino parte de la definición más profunda de uno mismo. Para la ideología de género, una propiedad accidental, de características no elegidas, involuntarias, pasa a formar parte de la definición fundamental del ser.
Enunciemos de otra forma esta aparente contradicción, por si no ha quedado suficientemente clara la denuncia. Hemos dicho que en la concepción de género, hay un grado de libertad (=una variable) más que en la clasificación “tradicional”, en la cual la biología basta para definir la identidad de género de manera unívoca. Y como esa relación entre biología e identidad no es unívoca, hay que hablar explícitamente sobre biología. La genitalidad es una variable, la coordenada biológica (la otra es la psicológica, las preferencias personales). Aunque se pueda modificar, es una coordenada. Y una crucial, porque según su valor, cada cual encajará en alguno de los casilleros que mapean las posibles identidades. Por eso, el debate de género es hoy en día totalmente fisiológico en vez de espiritual. Es mecanicista, no holístico. Trata sobre las contingencias de la fisiología sobre la identidad, y no, como quiere hacernos pensar – y como creen los muchos ingenuos que la defienden con honestidad – sobre cómo la dimensión psíquica o espiritual del individuo puede transcender a la material y llegar a independizarse de ella en mayor o menor grado. Dicho de otra forma, por eso se habla tan poco de historias de amor entre LGTBs y tanto de orgullos, exhibicionismo y prácticas sexuales. Se trata de un movimiento extremadamente homófobo y tránsfobo, puesto que utiliza a estas personas para fines políticos que a la larga tratan de hacer inviable el conjunto de la sociedad en la que opera.
Por eso los ideólogos del género – o mejor dicho, quienes utilizan la teoría de género con fines políticos – ven tanta urgencia como para instruir en ello a las personas desde la más tierna infancia, y además no lo hacen con mensajes como los que ya hemos dicho que deberían utilizar: “hay niñas que juegan con coches…”. Esta educación lo que transmite es exactamente lo contrario de lo que dice defender: la incapacidad para la transcendencia, en este mundo o en otro, y la condena a una clasificación según los atributos físicos, según los condicionantes materiales. Desde el punto de vista de la teoría política, esto no es más que una extensión del marxismo tradicional, para el cual el control o no de los medios de producción es lo que divide la sociedad en clase obrera y capitalista, y no hay ninguna otra división tan fundamental que pueda hacerse en función de otras variables como podrían ser el nivel educativo, el espíritu o mentalidad. En el marxismo las condiciones materiales determinan la pertenencia a una clase u otra. Del mismo modo, en la rama de la praxis marxista que es el feminismo postmoderno, el hombre blanco heterosexual pertenece a la clase privilegiada y opresora, y resulta irrelevante si ha hecho un uso o abuso de tales privilegios. Esta última postura ha ido aflorando hasta hace poco, cuando ya abiertamente se habla de cosas como el rechazo a la presencia de hombres en manifestaciones feministas. Para este feminismo, la genitalidad se presenta como factor definitivo de clasificación social. En manos –o entre piernas- del ciudadano occidental, el pene es un privilegio, porque incluso si su dueño es homosexual siempre le da la opción de pasarse al grupo de los opresores, los varones heterosexuales. El pene pasa a ser el carnet de socio de un partido fascista, carnet concedido en el nacimiento y al cual uno debe renunciar pero no puede. Por eso ya no sólo los heterosexuales, sino también los varones homosexuales han empezado a verse señalados por parte de muchos grupos feministas radicales como opresores y privilegiados, así como los transexuales, contra los cuales existe una corriente sostenida por prominentes feministas como Germaine Greer que considera que los transexuales son impostores y no auténticas mujeres [1]. Apuesto a que estas posiciones tarde o temprano serán promovidas e irán en ascenso, siempre que no causen fracturas internas que dificulten la agenda primera de hipersexualización de la sociedad.
Muchas feministas honestas reaccionan en contra de estas posturas, y en su ingenuidad deben de encontrarlas sorprendentes. Se defienden diciendo que “hay múltiples feminismos”, y es cierto, pero lamentablemente la polifonía se disuelve a medida que se avanza con aquellos feminismos que interesan a la agenda política oculta (actualmente, los más virulentos y menos conciliadores) y se dejan en la cuneta aquéllos que ya no sirven a sus propósitos. Como en todo agrupación política, en el movimiento LGTB hay un grueso de activistas y simpatizantes honestos pero que creo manipulados, y un conjunto pequeño pero prominente de cabecillas que utilizan al resto junto a los mensajes legítimos de su movimiento en provecho de unas élites. Por esto, este texto es también una llamada a los LGTBs a defender desde dentro de su movimiento aquellas concepciones no puramente biologicistas (religiosas o no) del ser humano, así como las actitudes constructivas y dialogantes con el resto de la sociedad, y a no dejarse llevar por estrategias como la victimización o la hipersexualización que muchos de sus líderes promueven continuamente.
Como vemos, el movimiento LGTB actual está construido sobre una concepción marxista postmoderna de la sexualidad en la cual el protagonismo lo tiene no el espíritu o psique sino el cuerpo, el condicionante material, como en el marxismo clásico: lo que en realidad defiende es la imposibilidad de librarse de esos condicionantes. ¿Permitiría este marxismo un cambio de sexo si hubiera una tecnología tan desarrollada como para no dejar rastro alguno de los atributos biológicos previos? Apuesto a que no, porque entonces el cuerpo dejaría de ser un condicionante material y no sería válido para jalear una división y lucha de clases. Tampoco haría falta un rito de destrucción traumática de una biología de genitales opresores. No habría material para construir un marxismo – no de este tipo.
El ataque a las ideas
Nótese cómo en nuestra exposición hemos hecho alusión a la capacidad de captar la belleza, lo ideal, lo espiritual, y también a lo anímico y al desarrollo y equilibrio psíquicos. Son un abanico de esferas distintas, pero las primeras hacen alusión a todo lo que no es inmediato, a lo intangible, y a la transcendencia, sea en este mundo o en otro. Con “lo espiritual” el lector podrá entender lo religioso, o no, pero los argumentos son igualmente aplicables. De hecho, “no inmediato” o “intangible” no significa necesariamente “no material”: hacemos alusión también a la “fuerza vital” que dirían los estoicos, es decir, a las fuerzas materiales de lo vivo. Con esto queremos denunciar el impacto de la hipersexualización sobre cualquiera de las posibles concepciones del hombre defendidas por las distintas escuelas filosóficas e ideologías. Esto no es un ataque a una ideología sino a todas. Para un cristiano devoto, la esfera espiritual y el alcance limitado de lo material forman parte del núcleo y motor de sus convicciones, así que es inmediato para él identificar la amenaza. Pero si nos vamos a los idealistas de izquierdas ateos, otro tanto debería aplicar – salvo para aquél que se sienta perteneciente a esa élite ilustrada que dicta el destino de un pueblo en el cual no se incluye, en cuyo caso él será pastor o un depredador y aquél nunca pueblo sino rebaño, porque con su apoyo a la ideología de género habrá contribuido a reducir al hombre a su condición animal, y lo habrá dejado más indefenso. Porque eso es esta falsa ideología de género: una ideología del género animal. Las masas de chavales bandera LGTB en mano son profundamente idealistas, pero su inocencia hace que trabajen a favor de su peor enemigo. [Link: la campaña de carteles por la educación en transexualidad en Bilbao y Pamplona fue financiada por un financiero de Manhattan. ¿Una iniciativa personal e inocente?].
El enemigo omnipresente, el enemigo interno
A partir de ahí, en otro orden de cosas, se despliega la identidad de género como actor político, porque el individuo siempre está clasificado en el enfoque marxista del género (o de cualquier cosa). Eso hace posible plantear una dinámica del progreso social en función de la lucha de géneros – igual que ha estado y está dada por una lucha de clases, y por una lucha de ideologías (de identidades ideológicas) también siempre en contraposición. Por supuesto se trata de crear clasificaciones y enfrentamientos – o de subrayar las existentes, si se prefiere – de modo que pasan a ser el núcleo de cualquier descripción de la sociedad. A partir de esa descripción se refuerza ese enfrentamiento para jalear un progreso hacia versiones mejoradas del orden social. Pero este proceso no tiene mucho recorrido – o desde luego no es un recorrido constructivo – entre otros motivos porque pasa a ser aprovechado muy fácilmente por grupos de poder interesados en el control de la sociedad a través de su manipulación. Lo que sí tiene legitimidad y recorrido es la propia teoría de género, al menos una serie de preguntas que plantea, pero jamás su utilización política fraudulenta. Otro motivo por el cual esta promoción de la lucha de nuevas clases no tiene recorrido es porque es una lucha que resulta irresoluble, y porque se extiende hacia el exterior – la sociedad – pero también en lo íntimo, y hacia el interior.
La Inquisición en uno mismo
Es bien sabido que, además del enfrentamiento entre estos nuevos grupos de supuestos opresores y oprimidos, la ideología de género también jalea el enfrentamiento dentro del entorno personal inmediato (la pareja). Pero también hace lo mismo dentro del propio individuo, entre ambas dimensiones, la psíquica o espiritual y la material. Se nos fuerza a todos a plantearnos la pertenencia a una de estas clasificaciones, pertenencia que siempre va a ir asociada a una posición de clase, a ser de un bando u otro. La lucha de los transexuales se extiende así al resto de las posibles identidades, es decir, a todos los miembros de la sociedad, pero también al interior de cada uno de nosotros. Así, lo que bien enfocado podría ser un buen ejercicio de conocimiento de uno mismo (eso tan manido y poco preciso de «deconstruir» la masculinidad, que no es sino plantearte ciertas preguntas incómodas que cualquiera con un mínimo de inquietud y autocrítica ya se ha hecho), se convierte en un autointerrogatorio inquisitorial al cual uno debe someterse de manera continua para penar por sus culpas de machista irredento, culpas nunca purgadas porque el feminismo radical, hijo del marxismo y de los protestantismos peor entendidos, no sabe lo que es la inocencia, menos aún el perdón, y mucho menos el arrepentimiento.
Porque dentro de cada individuo, la dimensión espiritual choca con la material, la biológica, desde el momento en que la combinación de ambas es el criterio de clasificación de género (el criterio aparente, no el real como hemos visto), y por tanto de pertenencia al bando de opresores u oprimidos. Es decir, desde el momento en que mi identidad de género supone una posición en la lucha de clases, existe una presión contra mi identidad, y así, una manipulación de mi debate interno entre mi espíritu y mi biología. La identidad de género es motivo de pertenencia a una clase u otra, y por tanto, a un bando político u otro, en una guerra de trincheras atomizadas.
Una guerra que además resulta irresoluble, al contrario de lo que prometía el marxismo tradicional, para el cual la lucha de clases desembocaría en una nueva sociedad más justa una vez los obreros se unieran y derrocaran la sociedad capitalista. El marxismo postmoderno no nos ofrece salida alguna a las batallas que jalea, más allá de nuestra propia destrucción. En el caso del marxismo de la ideología de género, a través de la transexualidad, rito de destrucción de la biología, de las circuntancias, del yo. La transexualidad es legítima como vía de escape para los pocos individuos para los cuales sus genitales suponen una cárcel, pero para la ingeniería social marxista, es un principio que justifica algo mucho mayor. Tiene un significado especial porque supone la destrucción de los condicionantes materiales diferenciadores, igual que el comunismo, orden social hacia el que tiende el marxismo clásico, supone la destrucción de las diferencias entre las condiciones materiales de unos y otros. Sin embargo, si la tecnología permitiera cambiar el cuerpo sin esfuerzo ni dejar rastro, este marxismo dejaría de tener sentido, puesto que no habría ya criterio de clasificación, ni criterio para señalar a unos como oprimidos y otros como opresores: pero el marxismo aún así rema en esa dirección porque quienes lo manejan no son los marxistas sino grupos de poder que buscan eliminar las fuerzas y estructuras que la sociedad necesita para subsistir, articuladas de forma más o menos legítima y justa alrededor de la identidad sexual, el núcleo familiar, las jerarquías en función de aptitudes y actitudes, etc.
La batalla interna no se circunscribe al debate interno sobre cómo debería identificarme yo para pertenecer a un grupo opresor y oprimido, y la presión que eso supone sobre la definición de la propia identidad. Lo más importante es la manipulación del equilibrio interno entre las actitudes consciente e inconsciente, sobre el equilibrio anímico. Sobre lo que se ha venido en llamar el lado masculino y el femenino. La ideología de género busca feminizar la sociedad, como admiten sus propios ideólogos y sus voceros. Pero eso no significa que busque que haya mayor presencia de mujeres en puestos relevantes, sino un cambio interno profundo en la psique de cada individuo pero hacia un modelo de feminidad que lamentablemente no es el que defendía el feminismo original: el actual presenta siempre una mujer siempre víctima, y por tanto siempre débil y dependiente; que nunca miente y nunca es responsable de sus actos (no hay denuncias falsas, dicen); siempre guiada por las emociones y nunca por la razón; se habla de empoderar pero de boquilla; se habla de agresiones machistas pero nunca de aprender a defenderse (cuando las clases de defensa personal deberían estar subvencionadas para mujeres). Es decir, una feminidad infantilizada, porque los niños son los únicos siempre indefensos, inocentes, sinceros y no responsables de sus actos.
Y se habla por otra parte de luchar contra el machismo, cuando lo que se hace es fomentar una imagen negativa o imberbe de la masculinidad – dicen que «es que hay que redefinirla», para ser políticamente correctos y no demasiado obvios en sus intenciones. En el inconsciente el «lado masculino» es el de la racionalidad más fría y objetiva, y el de instintos como el defensivo o de justicia. Trabajando en pro del lado falsamente femenino y en contra del lado masculino buscan crear una sociedad infantilizada, incapaz del análisis racional y de crear alianzas entre sus miembros, plegada a la satisfacción de sus deseos inmediatos y a una sexualidad caprichosa y sin frenos, y en definitiva fácil de empobrecer y controlar.