En España estamos disfrutando de una oleada interminable de delitos a manos de magrebíes, y esto es un drama para nuestra comunidad de delincuentes de toda la vida. Dejando a un lado a los payos, que no les van la zaga, da la impresión de que los gitanos, el lumpen autóctono con más solera, están siendo desplazados al frente del hampa tras una dilatada trayectoria como líderes en su sector. Al mismo tiempo, al percatarse de su reemplazo por otra morralla más servil y dispuesta, redoblan sus esfuerzos en su afán por continuar ofreciendo el mejor de los servicios, a la vez que elevan al Estado sus protestas por tan injusto abandono tras siglos de colaboración y de confianza en su buen hacer.
Seguro que alguien ya habrá teorizado sesudamente sobre la economía del lumpen y las relaciones entre sus agentes. Muchos podrían ilustrarnos al respecto y espero que me disculpen por descubrir la rueda, pero bueno, el objetivo es humorístico. También debo aclarar que las afirmaciones de este texto no aplican a todos los gitanos, moros ni payos, sino sólo a la porción de ellos vinculada de algún modo con la delincuencia. Son muchos quienes se ganan la vida honradamente, y les debo el máximo respeto, pero no por eso puede uno callarse algunas cosas.
Supongo que en el sector del hampa también se puede hablar de una oferta y una demanda pero invertida, en la cual el cliente demandante (la víctima de robo, violación o delito que sea) le demanda al proveedor (el ladrón o violador) que NO le realice el servicio que oferta (de robo o violación), pero éste igualmente lo lleva a cabo, con el consiguiente intercambio de bienes (y de males) y el beneficio asociado (negativo para una de las partes y positivo para la otra). Aunque no sea un servicio deseado se puede hablar de unas curvas de oferta y de «demanda negativa» (unas curvas de oferta y rechazo, vamos) porque a mayor precio del producto delito (p.ej. más cantidad robada o mayor brutalidad admisible en la violación) más cantidad de oferta (más incentivo para delinquir) y más demanda negativa (más rechazo de los «clientes» destinatarios de la misma). Si hacemos la inversa de la demanda negativa nos saldría el equivalente a la curva de la demanda de toda la vida (la de los productos deseados), que baja cuando sube el precio y que se cruza con la de oferta en el punto de equilibrio. Pero este punto también viene determinado por una relación directa entre oferta y demanda sin pasar por el precio, ya que también sucede que a mucha oferta (mucho maleante) más demanda negativa (ya que sus clientes harán mayor esfuerzo por evitar gozar de tanta oferta: que se lo digan a los repartidores que se niegan a hacer entregas en zonas demasiado peligrosas).
Podemos encontrar más paralelismos con la economía de los demás sectores: hay competencia, hay «empresas» de distintos tamaños, productores y toda una cadena de distribuidores, hay pactos y fusiones amistosas y hostiles, fronteras comerciales (entre barrios donde la autoridad hace más la vista gorda y barrios donde no permite actuar); hay distintos públicos objetivo (el de un descuidero no es el de un experto en alunizajes); existe una amplia variedad de recursos humanos con distintas especialidades y niveles de habilidad; unos impuestos (mordidas a la autoridad, comisiones a otras bandas…); hay precios pactados, mercados cautivos, un opportunity cost y un riesgo/beneficio que todo emprendedor de la delincuencia debe ponderar continuamente (¿me lanzo a robar al cachas del BMW, o a la ancianita pensionista?). Y seguro que existen muchos más paralelismos, pero no se me ocurren porque no tengo ni idea de economía.
Los entendidos podrían debatir sobre qué modelo describiría mejor el sistema imperante en este sector: ¿capitalista?¿socialista?¿de qué tipo?. Pero yo aquí lo que quiero es denunciar que existe una fuerte y nociva intervención en el sector por parte del Estado, el cual como todos sabemos tiene una posición de fuerza como importante subcontratador de sus servicios (como ejemplo conocido, en el mercado de la distribución de drogas).
Siempre refiriéndome exclusivamente a los consagrados al sector de la delincuencia, yo lo que veo es que los gitanos son pequeños y medianos emprendedores, y que además siempre han apostado por el modelo de empresa familiar otrora tan característico del resto de nuestra economía. Los nuevos tiempos han llegado para todos, y del mismo modo que en la hostelería y la construcción hay bastante mano de obra inmigrante, y en la industria o el pequeño comercio han irrumpido los grandes conglomerados empresariales, en el sector de la marginalidad un nuevo lumpen se ha puesto al frente: los moros, que además de igualar a los gitanos como corredores de relevos con cartera ajena, y de superar todos los récords como violadores, en no pocos casos traen en su CV un plus de fanatismo y experiencia acreditada en prestigiosas multinacionales del terror yihadista. Los moros ofrecen así al Estado un portfolio de soluciones ideal para sus planes futuros, e imposible de igualar para el más modesto empresariado gitano o cualquier otro. Esta nueva y competitiva purria ofrece además una ventaja adicional y decisiva: sus inagotables recursos humanos, capaces de atender toda la demanda que el suculento mercado occidental de progres está dispuesto a asumir.
Así, estamos en los albores de un cambio de postas en el sector de la delincuencia, a lomos además de una burbuja que terminará de descabalgar a sus antiguos jerarcas. Una burbuja porque por una parte, aunque no sean deseados, hay una alta demanda de delitos por parte de una gran masa abocada a consumirlos, porque creen que no les queda otra. Es como cuando nos advertían: «Compra ya, que una casa vas a necesitar, cómprala te la quitan», pero ahora nos mentalizan con eso de «Hay que acostumbrarse a vivir con ello». Y or otra parte tenemos a masas de ofertantes (los delincuentes) que suben y suben la cantidad y precios de los productos que ofrecen (los delitos) obteniendo pingües beneficios debido a una alta rentabilidad y un riesgo mínimo. «Hay que invertir en ladrillo, que siempre sube», se decían los especuladores inmobiliarios. «Vente pa España, Moha», se urgen entre sí los de esta burbuja. Jaleados por nuestros votos, los menas metidos a delincuentes ya son los nuevos apilatochos que se levantan 4000 napos sin saber hacer la o y fumándose el canuto. Parecen pequeños emprendedores, como esos gitanos que en su infancia hacen sus pinitos en los centros comerciales, pero no nos engañemos: en vez de a su familia, tienen detrás a los Estados y a grandes e impersonales corporaciones que los ayudan a hacerse con el negocio y desplazar al resto de proveedores. Como de costumbre, los jefes e inversores de arriba del todo son payos, claro, que de entre nosotros los malos somos los peores. Prueba de ello son las prebendas y subvenciones estatales con que mantenemos a sus ingentes recursos humanos.
El Estado debería permanecer al margen de la pugna por el liderazgo de un sector económico tan vibrante y crucial como es el de la delincuencia. Al tomar partido con sus prácticas intervencionistas, y hacerlo por el lumpen foráneo, está destruyendo el tejido emprendedor local, acabando con el futuro de nuestra chusma de toda la vida. ¿Qué fue de esos navajeros que avisaban con un «dame la pasta», y si se la dabas resulta que se iban? A los yonkis que atracaban a tu madre mientras la calmaban con un «tranquila, señora», ¿qué aciago futuro les espera con tanta competencia? Con ellos al menos había comunicación y les podía pedir que le dejaran el DNI o las llaves de casa. Esos momentos de gratitud al doblar la esquina, asomarte a la primera papelera y encontrarte su bolso intacto sin el dinero…esos momentos no los volveremos a vivir. Ya nos avisaba la televisión, como siempre, en una serie que si en su día resultaba ingenua, ahora debería parecernos visionaria: Maquinavaja, el último chorizo que queda, el último profeta.