Coincido en lo del amor y la mierda, pero difiero en que ese porcentaje sea tan alto. Si hay tanto partidismo político entre la gente o tantos apoyan ideologías tóxicas es porque a muchos los azuzan no con el vacío sino con la amenaza de que alguien les quite lo que han llenado (¡que viene la extrema derecha!, ¡que vienen los comunistas!…), o aprovechando su empatía hacia los que no tienen las mismas oportunidades que ellos. Es sorprendente la cantidad de engañados que hay de los que sin embargo no se puede decir que no hayan encontrado el amor. Gente de bien a la que han vendido estas dos motos enteritas. No suelen ser muy radicales, y en eso se distinguen de la gente vacía, que en el fondo sabe que la moto es falsa y precisamente por eso necesita hacer mucho ruido, para autoengañarse y que parezca que se creen lo que dicen.
Lo que pasa es que la mayoría vive centrada en su entorno inmediato y ni se interesa ni sabe pensar en la macroescala, la de la política y la sociedad en su conjunto. Todos conocemos a gente que se maneja razonablemente bien y con diligencia en su esfera personal, con sus asuntos familiares, laborales, etc, y que además tiene habilidades e inquietudes técnicas, artísticas o intelectuales y una dosis de sentido común, pero que sin embargo en cuanto se habla de política o de cuestiones sociales de pronto pierde todo el criterio, la objetividad y la capacidad de análisis y de debate, no escucha y no deja de decir disparates de razonamientos absurdos e inconexos, frecuentemente para defender una posición partidista que ha tomado de antemano por motivos más emocionales que de otro tipo. Yo creo que esto es una condición biológica evolutiva debido al necesario reparto de responsabilidades en los grupos humanos: de cara a su supervivencia, lo óptimo era que la mayoría se ocupara de sus asuntos personales y en la pequeña escala y delegara y siguiera a unos pocos que se ocuparan de los asuntos comunes. Y eso sería una capacidad y una actitud que estarían en su ADN, no es que tomen la decisión de delegar o que lo hagan sólo porque los han educado para ello. De ahí el ovejilismo casi instintivo de la mayoría, el liderazgo innato de unos pocos, o la independencia de otros también pocos para pensar por sí mismos. Hacen falta muchos para remar, bastantes para las tareas prácticas, pocos para dirigir, y también pocos para pensar sobre el propio grupo.
Yo en todo caso diría que este reparto operaría en la mesoescala, es decir, sobre grupos de decenas o máximo el centenar de individuos, característicos por lo poco que yo sé de etapas anteriores al neolítico. En agrupaciones de ese tamaño ya se encontraría perfiles de todos los tipos necesarios, y los líderes estarían siempre cercanos al resto, casi como uno más, con la realimentación que supone el intercambio directo de pareceres y de valoraciones prácticas que afectaban a cada decisión. Como inciso esperanzador, internet tal vez dé la oportunidad de devolver esa tasa de intercambio y esa cercanía entre miembros de una tribu ahora mucho más grande.
En grupos más grandes los mecanismos de obtención del poder ya no son ese mero reparto innato en función de habilidades y actitudes, sino que entramos en juegos de tronos alejados del individuo de a pie. Un terreno abonado para los parásitos, falsos líderes que tienen la ambición y la capacidad de liderazgo pero la intención desviada hacia sus intereses personales en vez de regirse por una visión de sí mismos pero al frente del grupo, como tiene un líder «biológicamente legítimo».
Tal vez esta explicación mía en función de diferencias genéticas y repartos de tareas no sea correcta sino sólo producto de haber vivido en una sociedad del bienestar en la que nos han comprado con caramelos y nos hemos creído que cada uno puede ir a lo suyo y delegar funciones hasta perder todo el control. En todo caso hemos permitido que las macroestructuras de poder se configuren y campen a sus anchas sin ningún límite. Hemos perdido la capacidad de reconocer a los verdaderos líderes y demás personas de referencia (a cualquier escala, incluida la familiar, en la cual ahora los abuelos están en el trono del abandono). Y los lloros vienen cuando los individuos se ven afectados en su esfera personal. Que iba a suceder era algo obvio para algunos, más tras haberse llevado el poder por delante a las personas tantas veces en el pasado. Pero la mayoría no lo concibe ni acepta porque no puede. Creen que los de arriba como mucho son corruptos, pero no alcanzan a entender que existan las estructuras de poder que existen, que sigan agendas que no sean del día a día, o que las cosas no ocurran siempre por casualidad. Los parásitos han hackeado nuestro organismo pero también nuestra biología, la estrategia de la oveja ya no es válida.