Emosido engañado

En el 68, a los jóvenes les vendieron que podían crear un mundo mejor. A lo mejor era verdad o a lo mejor no, pero como eran jóvenes, se lo creyeron. Se vistieron de hippies, cuestionaron las guerras de sus padres y sus dictaduras. All you need is love, cantaban. Imagine all the people. Juntos harían un futuro diferente. Todo era posible al liberar el amor, lo importante era expresarlo.

Para ayudarles a creérselo estaban los psicotrópicos, porros en la España franquista.

En los 70, ese mundo mejor ya no era posible. Para los incrédulos más sensibles sacaron el punk. Dañando sus cuerpos con pinchos y cirrosis, los punks dijeron que no se creían nada. Querían ser un despertador desagradable, el crudo desengaño frente a la ingenuidad pop. Pero ellos eran más ingenuos que nadie. No es que no quisieran un mundo mejor, es que sabían que por ahí no se iba. Y al mostrar a todos su rabia liberada contra sí mismos esperaban chantajearlos con hacerse daño y acabar con la hipocresía, principal disfraz de quienes lo hacían imposible. Los punks nos enseñaron a expresar la rabia para luchar contra un síntoma, igual que habían hecho los pop sesenteros con el amor.

En los 80, a los jóvenes les cambiaron la belleza de soñar por la belleza de crear. Ya no se trataba de crear un mundo mejor, la cosa era disfrutar de lo bueno del que había. Sin ese compromiso, las cosas las harían bonitas otra vez no a través de ideas utópicas sino del arte. Del suyo propio, del de su generación. Y cambiaron la manifestación por la fiesta, pusieron de moda a artistas jóvenes, llegó la movida y su música fresca, y en las galerías sus obras informales desplazaron a las de sus padres. Frente a la escuela el genio innato, frente al idealismo la despreocupación. Molaba Nacho Cano, que tocaba y ligaba con una mano en cada teclado. Todo era posible al liberar la creatividad.

Para los que no se lo creyeron estaban las drogas. Metieron heroína a mansalva por los barrios de Bilbao, Madrid y otras ciudades. El artista verdadero que huía de los escenarios se la encontraba por las calles y se dañaba en solitario. A muchos buenos chicos los descabalgaron a lomos del caballo.

En los 90 nos cambiaron la belleza de la creatividad por la del triunfo. Los héroes eran los que se comían el mundo, no los que trataban de cambiarlo ni quienes lo adornaran. Las puertas se te abrían si eras un JASP (Joven Aunque Sobrasadamente Preparado). Tenías que estudiar Teleco o aspirar a ser un yuppie como Mario Conde. El dinero era para el que valía y se atrevía, aunque no aportara valor. Todo era posible para un triunfador. Hasta ligarte a Daryl Hannah, como el prota de Wall Street.

La ruta de los perdedores era la del bakalao, las drogas de diseño y Chimo Bayo. Y los que no picaban ni en una cosa ni en la otra podían hacerse grunges y shoegazers, llegar al Nirvana o mirar al suelo, en todo caso echándose a un lado.

En los años 2000 cambiaron la promesa del triunfo por la del beneficio. A todos, no sólo a los jóvenes. La pasta ya no era para el que valía, era para el que espabilaba. Un nuevo eslogan se puso de moda: el pelotazo. Había que darlo a toda costa, invirtiendo en ladrillo, jugando a la lotería o como fuera, daba igual. El dinero se vulgarizó. Los nuevos ricos eran de clase baja y de clase ya no se subía, ¿para qué? No sabíamos si todo era posible con dinero, pero había que hacer todo lo posible por él. Ya no había una meta social: lo suyo era trincar y huir a una isla desierta, abandonar la sociedad. Los jóvenes estaban desaparecidos, eran la generación X. Nacieron los ninis, algunos en la treintena. Su alivio fue Gran Hermano, reality show de ninis 24/7 que anunciaba que ya no era necesario ningún esfuerzo para tener tu sitio en la sociedad. La tele te contaba las cosas con naturalidad tal y como eran o parecían ser, no como deberían ni como podrían ser. Dejó de tener sentido sacar a la fama a artistas, creadores ni demás personas de valor, así que la música mainstream dejó de ser como la de antaño. Y en esto que arranca la crisis. Lógico, venía a juego.

En los años 2010 ya no queda nada y te venden tu propio humo: tu identidad. Llegó el desengaño colectivo, el 15M para luego nada, las teles corruptas denunciando la corrupción política. Devaluación de los oficios, del esfuerzo,del talento, de la voluntad y del riesgo. Nos han vendido que no hay que creerse nada y nos lo hemos creído. También nos venden que tu identidad es la de tu grupo y que tu grupo está oprimido, que no ofendas a otros pero que te ofendas, que tu sociedad te debe mucho y que no te sacrifiques por nadie, que todos valemos lo mismo pero que tú te deconstruyas, tu vecino es un hijo de puta, todos los hombres son violadores y todas las mujeres buenas. Así, todo seguido. Esto último es para que desconfíes de ellas. De nuevo hay alguien que cree poder cambiar el mundo: las feministas. Los hippies creían que era posible porque la gente cambiaría, las feministas creen que el cambio son las mujeres. Que en ellas ya viene hecho de serie, que siempre ha estado ahí y sólo tienen que imponerse. Si no te lo tragas te lo callas, que con la gente ya no se puede hablar y está feo ser facha. Corrección política. Espacios seguros. Ideologías. Másteres y muchos títulos, carrera de la rata. Nos venden mucho humo, y muchos hacen lo mismo si pueden. Disimulamos en Facebook y nos desahogamos en Tinder, menos los feos porque son todas putas y no os hacen caso. No hay paraíso, no digamos ya tetas. Vivimos ensimismados pero a ratos algunos nos buscamos de nuevo a través de webs censuradas de participantes anónimos. Queremos cruzar al otro bando y reconciliarnos con él, pero las trincheras están muy separadas y el algoritmo de internet te devuelve a la tuya. Así que te hacen navegar por tus mismas opiniones. A veces se habla de los millenials, pero todos somos adolescentes, porque no entendemos el mundo, y a la vez viejos, porque ya no esperamos mucho de él. Y no es cuestión de agarrar la pasta y correr porque no hay de donde trincarla. Tampoco podemos construir el futuro, ni volver al pasado, porque cada paso de este camino de las últimas décadas era una puerta que se nos cerraba a la espalda. Y eso lo entendemos ahora, si hubiera escrito esto hace años me habrían tomado por loco. Así que sólo tenemos aquí y ahora, y lo único que se puede hacer aquí y ahora es o tratar de evadirse o echarles la culpa a otros, a los fachas o a los rojos. Pero por otra parte, como nadie está a salvo, hay algo que nos puede unir de nuevo: que empezamos a adivinar que estamos todos en el mismo bando. En el de los engañados.


La canción ochentera de Mecano «No es serio este cementerio» dice:

Y los muertos aquí lo pasamos muy bien
entre flores de colores
Y si es viernes y tal y en la fosa no hay plan
nos vestimos y salimos
para dar una vuelta
sin pasar de la puerta, eso sí,
que los muertos aquí es donde hemos de estar
el cielo por mí se puede esperar»
La canción está en primera persona del plural porque los muertos son los que cantan, los jóvenes de los 80. Están muertos porque han renunciado a ese mundo mejor al que aspiraban los jóvenes del 68 (el cielo por mí se puede esperar). Ya no buscan nada más allá de su pequeño mundo (salimos para dar una vuelta sin pasar de la puerta) porque los sueños les están vedados (los muertos aquí es donde hemos de estar). A mí, este último imperativo siempre se me hizo un misterio. Es el de quien sabe más seguro no intentar lo imposible.
La canción comienza solemne hablando de quiénes fueron en vida los muertos: los héroes de Cuba. Fueron los últimos del imperio español, los últimos idealistas. Cuando llega el estribillo rompe el acento en la parte fuerte del compás, algo propio de la música militar de himnos, para adquirir un tono más jovial. Nos encontramos con que no hay lamentos a pesar de las derrotas. Pero mantiene el mismo tempo pausado sin levantar el pie del freno. Este cementerio es el único paraíso que queda a los que ya no van a ir a ninguna parte, es decir, a los que ya no creen en nada pero aún tienen motivos para quedarse: la alegría (por eso no es serio), los amigos para salir a dar una vuelta, y las flores de colores, que representan las canciones de los 80. Muertos los sueños, sólo queda disfrutar de lo que tenemos. Ese cementerio tan poco serio fue la movida madrileña, los 80 se bailaron sobre la tumba de un sueño.

Al hilo de lo anterior, añado esta deliciosa entrevista a Santiago Auserón (Radio Futura en los 80, y posteriormente Juan Perro) donde habla de cómo las distintas tradiciones musicales se han ido entremezclando, y de cómo música y circunstancias históricas corren en paralelo.
Como hombre de letras aporta todo lo que se le puede exigir. Pero se nota que desconoce o es ajeno a los mecanismos del poder. Y no es sólo cosa suya, ni siquiera de los artistas en general: apenas nadie con voz ha hablado por ejemplo del lado «menos amable» de los 80, que, además de florecientes en creatividad innovadora, también fueron posibles porque al poder le interesaba. Santiago dice que en esos años había que construir un país, y que con ello la música entonces mejoró; pero al decir eso nos quedamos sin una buena parte de la explicación. Porque la realidad es que los 80 también fueron los años en los que enterramos el sueño hippie: un mundo mejor de amor universal ya no era posible, y la juventud le dio la espalda para centrar de nuevo la atención en su redil, nuestro país. Pero no se podía prescindir sin más de tanta belleza, de modo que ese cementerio había que adornarlo con flores; de eso habla Mecano en su famosa canción. El cementerio es el de ese sueño, los muertos somos nosotros, las flores de colores las canciones y obras de arte de aquella época, el cielo ese mundo mejor al que renunciamos. Por eso en la entrevista se habla de cuando en 1980 los miembros de Radio Futura eran jóvenes que habían crecido con la música anglosajona, que ni siquiera entendían, y se ponen a construir algo propio. Sale el ingenuo vídeo de su primera canción y hablan de la buena experiencia que tuvieron junto a los realizadores de TVE que fueron a grabarlos a la playa. Se ponían medios a su disposición. Había que reclutar artistas, creadores de lo que, para el poder, es sólo un engaño.

Alguien conduce el coche, no sólo está el paisaje. Y más aún en el arte, que es otra herramienta para influir sobre la sociedad. Esto es ahora cuando nos lo van a ir destapando, también intencionadamente. Pero, en todo caso, ¿esta perorata mía a qué viene? ¿Por qué es relevante aquí? Pues porque el libro de Auserón habla sobre cómo los distintos ritmos se han ido propagando, mezclando, creciendo y adoptando entre las culturas, y cómo el momento histórico ha ido en paralelo con el arte que se creaba y la intensidad con que se hacía. Como es músico, y los músicos (junto a los creadores desconocidos, las otras artes o el público) son quienes obran estos milagros y nos guían por estos cauces, él cree que ellos son los protagonistas de todo el proceso. Pero no es así. Detrás de ellos está el mecenazgo, que es crucial porque lo que apoye es lo que se va a difundir y el resto entrará en vía muerta o se extinguirá, salvo por unos pocos creadores solitarios capaces de crear su oasis propio. Todos sabemos que no se puede explicar la historia del arte desvinculándola del resto de la historia, y sin embargo no la asociamos a la iniciativa de quienes están en el poder. Me sorprende cómo somos incapaces de detectar su presencia. Ni siquiera ahora, cuando es obvio que son ellos quienes han reemplazado las flores musicales de entonces por chucherías. Nos quejamos de que ya no hay música así, pero no vemos el motivo. Será porque nos asusta descubrir la mano negra en lugares tan íntimos, en canciones que nos llegaron al alma. Pensar que para esa mano negra sólo eran herramientas para manejarnos. Nos negamos a admitir que aquellos artistas también estuvieran secuestrados, como si de algún modo sus creaciones fueran entonces menos auténticas. Que no se preocupe nadie: la primera cualidad del arte es que, como las joyas, conserva su valor sea quien sea su dueño. Por eso los judíos eran mecenas, además de joyeros. Y por eso el poder se acerca siempre a los artistas.