Divertido sketch de Polonia en TV3: «Vox va a la escuela» (ver antes de leer).
Hay quien dice que los humoritas de Polonia son muy críticos y tienen estopa para todos, pero no sé si terminan de demostrarlo. De hecho, con este sketch me he echado unas buenas risas, pero hay cosas que comentar.
El tipo de humor que se hace en una sociedad es un termómetro excelente del coraje y las intenciones de los cómicos y en general los artistas, y del nivel de fanatismo que perciben en el público. Cuanto más alto, mayor el sesgo y la hipérbole en el humor servil. Un destino triste alcanza a los pueblos estúpidos que se lo buscan, y justo antes de que los disparos se hagan reales, hay un repecho en su escalada hacia el fanatismo. Entonces se hace un preludio silencioso y el público deja de reír según qué chistes. A partir de ahí es cuando se ve quién tiene el valor de seguir diciendo lo que hace falta decir.
El humor es necesario y siempre hay que celebrarlo, pero debe ser una herramienta de sanación y, con suerte, de entendimiento y aprendizaje. Todos sabemos que el humor se basa en la caricatura. Una caricatura valiente del otro siempre lo es también de los propios ojos del espectador. En ella se debe poder reconocer a sí mismo además de al caricaturizado. A cada espectador unos rasgos le parecerán literales y otros deformados por la hipérbole, según se encuentre más lejos o más cerca del retratado, respectivamente. La honestidad del humorista está en no dejarle claro qué rasgos pertenecen a cada categoría y darle pie a preguntarse hasta qué punto es su mirada particular la que hace esa clasificación. El público de un buen humorista nunca tiene la razón.
Por eso el humor puede no ser honesto pero aún así funcionar para todos a la hora de hacer reír: para unos, porque crean que aunque los de Vox son así, tampoco serán «tan así» (nadie es tan facha como para llamar rojo a Tejero, ¿no?), y para otros, porque vean el conjunto como una exageración disparatada. Unos ven 80% realidad y 20% hipérbole, y otros al revés: su 20% real bien podría ser por ejemplo la actitud castrense de tipos duros y sin complejos. Suficiente para hacer reír incluso aunque compartan ideario.
El problema viene cuando el público está tan fanatizado que cree que el retrato es 100% real. Entonces no hay caricatura ni gracia (como tampoco la habrá para el que sólo vea hipérbole e, indignado, no reconozca nada en lo retratado). Y si algún miembro de ese público radical, siempre potencial censor, llegara a opinar que la realidad es todavía más atroz que la caricatura, entonces podría denunciar a su autor diciendo que la emplea para blanquear la realidad. Ante estos peligros, el humorista servil exagerará los rasgos de forma aún más obscena. Además, querrá evitar que el espectador se pueda ver caricaturizado, de modo que tendrá que sacarlo de escena para que en ella sólo participen los odiados otros. De este modo el humor servil acaba por travestirse en una herramienta de etiquetado de amigos y enemigos. El humor diseñado para un público fanático o al que se quiere fanatizar se basa en las limitaciones y contradicciones del señalado como enemigo, pero nunca en contrastarlas con las suyas propias.
Pero, además de justificar o relativizar las posturas de unos y otros, el humor, como todo arte, se puede malemplear para transmitir ideas, y siempre cabe buscar los sesgos en el mensaje que deja. Las ideologías no tienen nada de divertido y es triste verle la desgracia al chiste tras haberle visto la gracia. Hay gags que primero te arrancan una sonrisa pero al rato te dejan con la mueca del Joker, cuando descifras lo que querían transmitir.
Así, en este sketch la gracia está en que los de Vox van a una clase – es decir, está en recordarnos que son unos ignorantes – y en que acaban llamando rojo y sacando a tiros al mismísimo teniente coronel Tejero.
Me pregunto si se habrían atrevido a poner en el aula a un independentista haciendo gala de sus propios excesos (como si no los hubiera entre los de las CUP y otros). Lo dudo, porque entonces alguien podría denunciar que los están equiparando con Vox. En su lugar, el milenario y paciente pueblo catalán, la anciana que habita un piso más arriba – es decir, en una instancia superior de la existencia – soporta los exabruptos de fanatismo de sus primitivos vecinos de abajo y prosigue siempre afanoso sus labores tratando de protegerse con el humilde casco de que dispone, hasta terminar hartándose y respondiendo en legítima defensa. Lo que nos quieren decir es que el pueblo catalán no está atacado por los españoles directamente, pero sí muy perjudicado por su retraso y sus excesos ideológicos, que casi inocentemente se traducen en continuos atropellos. Y que ante esa situación de asfixia es lógico reaccionar.
En una metáfora no se sabe si intencionada, queda en el aire una posible aunque remota sutileza más. Esa respuesta que se se escucha al final: «¡Muy bien, señora, ésa es la actitud!», como si su reacción en escalada fuera lo que esperan los guionistas. No los de Polonia, los de la realidad, que son los que pagan.