Ya no nos vemos en los bares

Muchos bares de Madrid
han cambiado
las bombillas por neones,

y sus pinchos de jamón visten de jeans
entre las piernas de los hombres.

Los abrigos escupidos por sus puertas
ya no huelen a cigarro,

y sin nubes de tabaco sin embargo
las ventanas se han ahumado.

Sus clientes salen poco
del acuario azul marino
a la luz
de la tasca que resiste

en el rango de frecuencias
donde el resto de los seres
son visibles.

Por la calle no se atreven a mirarse
por el miedo a descubrirse,

y en pareja duran juntos
lo que el hielo del cubata en derretirse.

Han pasado media vida clandestinos
escondidos en armarios,

y al salir para encontrarse han escogido
el fondo oscuro de los cuartos.

Nunca es día y nunca es noche en los locales
donde caza el hombre-lobo de after hours,

donde el morbo hace más caja,

donde siempre puede ir a buscar carne.