Todas las Santas

Hace unos días alguien expresaba su indignación por la cobertura mediática que se le da a Greta Thunberg, la niña activista medioambiental. Decía que nos toman por tontos al poner la capacidad de raciocinio de una niña de 15 años por encima de la de la población adulta, y se lamentaba de que ahora, con esto del medio ambiente, son los hijos los que les dicen a los padres cómo deben comportarse.
En realidad no están poniendo nuestra capacidad de raciocinio por debajo de la suya. Están poniendo la razón por debajo de la fe. La razón, nos dicen, no basta para proteger el bien. Hay cuestiones sobre las que no hay nada que discutir, verdades absolutas cuya defensa sólo puede estar en manos de un niño crédulo que actúe como el autómata irracional, como el soldado de Dios que es Greta. Greta es un ARCÁNGEL, y en ocasiones parece furioso, pero no lo está: sencillamente fue programado para proteger el bien supremo que es el planeta.

También ponen la experiencia del adulto por debajo de la inocencia del niño, en una inversión de papeles en la que el hijo pasa a ser la única referencia y dictado de la moral. El niño ya ha sido siempre una exigencia (ver la entrada Los niños son ángeles), pero ahora es también un dictado. Un Mesías además de un Ángel. Como Jesucristo con los mercaderes, Greta nos exige abandonar nuestras avaras costumbres para no manchar el templo que es la Tierra. Pero esta Jesucrista no va a estar sola porque, como alguien despierto observaba, estas campañas también están dirigidas a los niños, así que vamos a tener legiones de predicadores enanos aleccionados en las madrazas escolares y regañando a los adultos por pedir una bolsa en el mercado.
Pero fijaos. En otra entrada decíamos que no sólo está Greta, que hay más niñas al frente de otros movimientos sociales: la Nobel Malala Yousafzai, Sophie Cruz, Emma González… Y no sólo están las mediáticas, sino que en el marketing de casi cualquier campaña de concienciación social su mayoría es abrumadora. ¿Por qué ponen siempre a niñas?
Podríamos pensar que es porque ellas apelan más a nuestras conciencias, sin darle más vueltas. Y porque encuentran menos oposición de los medios y los políticos, ya que para sus posibles detractores siempre será más expuesto tratar de desacreditar a un niño. Ambos motivos serían acertados pero no suficientes, porque no responden a la pregunta de por qué son niñas y no niños. Y eso es algo que no se puede dejar sin explicación, porque precisamente estamos en un momento de auge del feminismo y es razonable pensar que haya alguna relación.
Y efectivamente, es más complicado. Todo esto es una REPRESENTACIÓN RELIGIOSA. Una representación en la que se funden el ecologismo, el feminismo y demás ramas del progresismo con doctrinas religiosas tradicionales, cuyos dogmas y figuras desfilan reformados y readaptados pero perfectamente reconocibles en sus nuevas encarnaciones. Una versión distorsionada de la mujer se utiliza como pieza fundamental en este esquema, fusionando en ella figuras sagradas de religiones tradicionales. Para nosotros es fácil detectar las procedentes del cristianismo. Decía que Greta es un Arcángel y un Mesías, pero no es sólo eso. Como decíamos en esa otra entrada, ella y las demás niñas activistas también son VIRGENES cristianas, cada una en una advocación.
-Al igual que una Virgen, las niñas son mujeres libres de deseo carnal.
-Sufren y se adhieren a causas que nos incumben y son un bien supremo para todos, como el que anunciaba Jesucristo.
-Como una Virgen, una niña es impotente: no tiene capacidad de actuación, sólo puede orar, que no es rezar a Dios sino apelar a nuestras conciencias.
-Como la Virgen, están condenadas a sufrir y observar impotentes cómo el hombre daña lo que aman. El planeta en el caso de Greta, Jesucristo en el caso de María.
-Como la Virgen, la niña adulta que es la mujer está condenada a seguir viviendo aún tras ver morir lo que amaba, sin poder tomar para ella misma la escapatoria de la cruz. No puede abandonar el camino de espinas por el que se la obliga a pasar por su mera condición de mujer. Porque las mujeres no se suicidan, y se sacrifican de manera radical pero sin abandonar la vida. Por eso no deben ser violentadas y se legisla de manera asimétrica para criminalizar tajantemente cualquier tipo de agresión hacia ellas: porque es violencia contra una divinidad indefensa, inocente y cuya vida está plagada de durezas sin haberlo podido elegir así. Matar a una mujer es un acto más horrendo que matar a un hombre, porque sería un doble sacrificio. Ni siquiera Cristo tuvo que morir dos veces. La muerte de Cristo es comprensible y hasta esperable, la de la Virgen sería una atrocidad sin sentido.
El que no crea que todo esto es una nueva religión y las niñas activistas una representación entre otras para difundirla, aún así deberá reconocer que los mecanismos a los que recurre y que captamos son los mismos que si lo fuera, y por tanto formalmente no hay diferencia. Tal vez seamos nosotros mismos quienes encuentran y elevan las analogías con los elementos religiosos, pero esas analogías son válidas y la intención bien puede ser que las encontremos. En este caso, si las niñas apelan más a nuestras conciencias es por los mismos motivos ya expuestos: porque creemos que reclaman un futuro que es para todos pero que les pertenece más que a nadie, porque cuando se hacen adultas son ellas quienes dan y protegen la vida y porque serán las más perjudicadas si nuestros malos actos ponen ese futuro en peligro. Esta mezcla de unas verdades presentes con otras que se omiten y con malas interpretaciones la da por buena la mayoría de esta sociedad. Y se acaba transcribiendo en otro mensaje: que frente a la razón, la experiencia y el esfuerzo, que se han demostrado impotentes para cambiar las cosas, se alzan como poder supremo y única esperanza la inocencia, la indefensión y la bondad innatas e inevitables de la mujer. Unas cualidades no escogidas ni fruto del esfuerzo, sino recibidas e inherentes a su condición, como si ésta fuera de carácter divino. En esto creen los acólitos del feminismo hegemónico, la mayoría de los cuales se consideran adogmáticos y ateos: en unos seres cuya condición innata es totalmente divina. Creen que la mitad de los seres humanos son deidades, en vez de personas con sus cualidades y sus defectos, y que la otra mitad está poseída por el tóxico demonio de la masculinidad, cuando no son el mismísimo diablo. El feminista ateo cree en la inocencia de la mujer igual que el creyente cristiano cree en la de la Virgen María. Y es una fe muy poderosa, ya conquistó el mundo racional del Imperio Romano.
En este credo, las mujeres no son sólo inocentes por definición. También son constructivas, de hecho son las únicas en que se puede confiar para construir. De ahí el empeño que hay ahora en que se hagan científicas o ingenieras. Son la divinidad que lo crea todo, y ese crear empieza por la vida.
En esta sociedad no se dice que la mujer sea una deidad, salvo alguna canción como la de Ariana Grande, que ya lo va dejando caer. Sí se acepta comúnmente que existimos gracias a ellas, a su empeño y su sacrificio por ser madres. Eso desde luego tiene mucho de cierto, pero la cosa no queda en ese reconocimiento que muchos compartimos: las nociones que sin ser conscientes ya tenemos interiorizadas van mucho más lejos, y se desprenden entre otras cosas de cuestiones sociales ya totalmente zanjadas para la mayoría. Estas ideas implantadas van arraigando y llevándonos secretamente a otro lugar, el de las conclusiones que se deducen de ellas. Una de esas ideas especialmente relevante es la justificación del derecho al aborto, que como vamos a ver demuestra la existencia de esta religión no declarada de la cual feminismo y ecologismo son prédica y piedra angular.
La ley del progresista Zapatero permitía abortar a chicas de 16 años, aunque luego el PP la reformó para exigir el permiso parental. A esa edad no se concede la capacidad racional y la experiencia vital suficientes como para votar, conducir un coche o firmar una hipoteca. Esto quiere decir que para el progresismo la decisión de abortar, y por ende también la de dar la vida, no tiene que ver con la razón ni la experiencia, sino con algún tipo de capacidad extraordinaria e inaccesible por los demás, que es lo que le da legitimidad. Un poder no sólo para crear un organismo en su seno sino para otorgarle el carácter y dignidad de vida humana, guiado por una especie de instinto divino, una voluntad cuyo impulso y motivo es inconsciente y sobrenatural. Alguien podría objetar que no tiene nada de sobrenatural, que es un instinto puramente animal y material producto de la circuitería física del inconsciente. Pero un instinto animal necesita ser alimentado por la experiencia: los animales tienen instinto de caza pero deben aprender y entrenarlo por imitación para que pueda funcionar con el tiempo, la edad y una vez otras habilidades involucradas están desarrolladas. Si el progresismo pensara que lo que legítima a las mujeres para abortar es que son quienes tienen el instinto animal de ser madres, entonces les exigiría la autonomía, la experiencia necesaria para haberlo desarrollado y poder emplearlo con acierto. Pero no es así, porque lo extendía a menores de edad. Por tanto lo que el progresismo veladamente defiende es la existencia de un instinto innato pero plenamente desarrollado desde el primer momento en que se manifiesta, lo cual no tiene parangón en la naturaleza. Si eso no es conceder una capacidad sobrenatural que venga Dios y lo vea. Otro debate es si con ello se está elevando lo animal a lo divino o rebajando lo divino a lo animal: sospecho que eso dependerá de la corriente dentro de las involucradas en el progresismo.
Por otra parte, en España se permite la interrupción voluntaria del embarazo hasta la semana 14. En Reino Unido u Holanda, países sencillamente más avanzados en la misma agenda progresista trazada para todos, hasta la semana 24. Basta la voluntad de la madre, sólo se pide una confirmación tras varios días de reflexión desde la primera visita al médico. El criterio es que el plazo legal para abortar termina cuando el feto es viable fuera del vientre materno. Los últimos avances en neonatología han hecho viables algunos neonatos desde la semana 22, por lo cual en Holanda últimamente hay un cierto debate y son infrecuentes los abortos con más de este número de semanas. Pero esto es circunstancial. Según esta lógica, si la neonatología estuviera menos avanzada se permitiría hasta la semana 26, la 30 o a saber. Es decir, el grado de desarrollo fetal no importa, sólo que alguien pueda coger el testigo de la madre: mientras no se pueda, la madre está legitimada para tirar la toalla. Alguien podría objetar que con esto se pone el control de la vida no sobre la mujer sino sobre los seres humanos, sea a través de sus capacidades reproductivas naturales o sus capacidades técnicas. Pero un médico genialmente hábil del cual dependiera la vida de un neonato inviable para los demás doctores no estaría legitimado para dejarlo morir, cosa que sí puede hacer la madre cuando sólo depende de ella. Tampoco podrían hacerlo todos los médicos juntos sin exponer un motivo de imposibilidad técnica. Por tanto la dependencia sólo le otorga esa potestad a la madre. Mientras ella tenga que subir el Calvario sin ayuda, puede soltar la cruz cuando quiera. Es un Jesucristo en cruci.
Este criterio de la viabilidad del feto se alinea con el último feminismo más claramente que el que se aplica en España, a fecha de hoy todavía basado en su grado de desarrollo. En todo el mundo las feministas reclaman el derecho a abortar coreando la consigna de que «es su cuerpo». Y si combinamos «es mi cuerpo» con que el grado de desarrollo fetal no importa, concluimos que lo que dicen es «hay un cuerpo dentro de mi cuerpo y su dueña soy yo». En Alien, Sigourney Weaver gritaba algo parecido: hay otro cuerpo dentro del mío, quitádmelo.
En apariencia lo que reclaman es autonomía, poder elegir por sí mismas fuera del control y el juicio perenne de la sociedad. Algo básico para desarrollarse como persona. Y eso es lo que quieren las feministas de a pie, pero no lo que quiere el feminismo que monta manifestaciones, aprueba leyes y financia observatorios. Cuando este feminismo ha reclamado el derecho a abortar de una menor de 16 años es obvio que no lo ha hecho en aras de su autonomía, porque al mismo tiempo no se la concedía. Que seguía siendo una menor de edad estaba fuera del debate. De este modo, con el argumento del derecho a abortar «porque es mi cuerpo», el feminismo en realidad no busca la autonomía de la mujer. Éste es sólo el peaje temporal que debe pagar para engañar a sus acólitas. Lo que busca es implantar en ellas la idea de su poder absoluto sobre la vida: la posesión del otro cuerpo, y por ende la deuda con ellas de todos los cuerpos nacidos, la capacidad para otorgarle o quitarle valor, y la absoluta prioridad de los intereses propios, la ley propia como ley rectora para los demás. Todo lo creado lo creamos nosotras y por tanto el mundo es nuestro. No sólo somos imprescindibles, somos lo único imprescindible. Esto no es lo que opinan ellas, pero sí lo que el poder quiere que opinen.
Este feminismo cree que un bombero que se sube a una escalera y salva a alguien del fuego tiene derecho a tirarlo desde lo alto sin dar ninguna explicación, porque es su escalera y él también va encima. Lo que sí podrá ser lícito que exija el bombero, que es la mujer, es que no se le ande juzgando desde el suelo si decide no jugársela haciendo el papel que todo el mundo espera que haga.
Con el argumento de «es mi cuerpo» tampoco están diciendo que su legitimidad se derive de la responsabilidad, porque la madre sigue siendo responsable del niño junto al padre una vez ha nacido, y a nadie se le ocurre legalizar su asesinato entonces.
Como hemos visto, en la ecuación progresista del aborto no sólo hay un cuerpo sino dos, el de la madre y el del feto. ¿Qué diferencia hay entre ambos? Y ¿qué relación hay entre la justificación progresista del aborto y el ecologismo? Con las semanas de la leyes progresistas británica y holandesa, las 24 actuales o las que podría haber justificado, todos los órganos fundamentales están ya presentes en el feto. Fisiológicamente ya hay un organismo humano. La diferencia la dicta esa propia ley: un cuerpo se encuentra en el interior del otro y depende de él. Exactamente la misma situación en que estamos nosotros respecto a la Tierra: tenemos nuestros propios cuerpos pero dependemos del suyo, así que, si es lícito que las mujeres aborten mientras el feto no sea viable fuera de su organismo, entonces también será lícito abortar personas, eliminarlas, en nombre del planeta.
En la teoría Gaia, de James Lovelock y Lynn Margulis, nuestro planeta es un sistema autorregulado que se encarga de generar las condiciones óptimas para la vida, y en el cual ésta a su vez forma parte de ese bucle de regulación que mantiene el planeta habitable. Por ejemplo, lo normal es que ya no quedara oxígeno en la atmósfera y ésta fuera tóxica para la mayoría de las especies, pero unas condiciones iniciales hicieron posible la aparición de organismos vivos que a su vez se encargaron de generarlo. Y ese oxígeno ha hecho posible la aparición de muchos otros que a su vez también regulan las condiciones del entorno y lo hace habitable por ellos y por los primeros, los que generan oxígeno. Si hacemos una analogía podemos decir que la Tierra Gaia es la simbiosis de la madre y los hijos, un vientre que existe porque existe el feto. Es la teoría de una feliz unión de padres e hijos en un mismo bucle. Pero, de manera interesada y en contra de la opinión de ambos científicos, los oportunistas del progresismo han tratado de deformar la teoría difundiendo una interpretación equivocada de ella: que la Tierra es un organismo individual. Que tiene vida propia e independiente de nosotros, y por tanto tal vez sus propios intereses. A partir de ahí ha sido fácil meternos en la cabeza las ideas del ecologismo político, según el cual nuestra existencia sólo puede perjudicar al planeta. Nos han hecho creer que somos un hijo no deseado. Que la Tierra es una madre abortista y nosotros un alien para ella. El objetivo es convencernos de que es lícito eliminarnos en nombre de esa madre.
Y a esto sólo se opondrán los enemigos del progresismo, entre otros los verdaderos creyentes. Porque decir que, a pesar de contaminar el medio ambiente, yo tengo derecho a vivir y que habrá que encontrar la manera de hacer mi vida compatible con las posibilidades del planeta, es adoptar la misma postura que los antiabortistas cuando dicen que, a pesar de suponer una carga, el feto tiene derecho a vivir y que habrá que encontrar la manera de hacer su vida compatible con las posibilidades de la madre.
El feminismo tiene un recorrido. Ahora toca hacer trasbordo. Se podía conseguir que las mujeres dejaran de parir, pero no que se pusieran a aplaudir el genocidio de los adultos que sobran. Para el genocidio había que pasar al ecologismo, porque es difícil justificar leyes inhumanas para defender a unos humanos de otros, pero no para defender el planeta de ellos.
Volviendo a la cuestión del feminismo como doctrina religiosa y sus reivindicaciones como prédicas subliminales, a mí la cuestión de los cuerpos como recintos vedados me recuerda a los templos masónicos o mormones, en los cuales hay lugares prohibidos a los cuales no pueden acceder los visitantes ajenos, al contrario que en los católicos, donde no pueden existir tales restricciones y todos los lugares de culto deben estar abiertos a cualquier persona. Lo que están diciendo este feminismo implícitamente es que el cuerpo de una mujer no es un lugar común sino sagrado donde además, como ya hemos dicho, rige absoluta su voluntad por encima de cualquier otro motivo. Y es que, si aceptamos que la mera voluntad de la mujer basta para legitimar el aborto incluso con 24 semanas, estamos aceptando que el feto sólo es un montón de células que adquiere su condición humana no cuando se forma un órgano concreto o un sistema como el nervioso, ni tampoco tras un tiempo de gestación, sino sólo cuando lo decide la madre. Cuando así lo dicta su voluntad, para esta sociedad atea esa materia de pronto se transforma en una vida humana y cobra la dignidad de tal. Ese es el momento de la concepción. Por tanto, para esta sociedad la mujer además de la Virgen es el Espíritu Santo que insufla vida. Sólo así se explica que perder un hijo deseado lo veamos como una tragedia pero la legitimidad para eliminar uno no deseado no nos parezca cuestionable. Que en el desgraciado accidente de una mujer felizmente embarazada mueran dos personas, pero en un aborto ninguna. Este razonamiento que descubre el dogma todavía no nos lo formulan explícitamente, porque no lo aceptaríamos de buenas a primeras. Y no es algo que la mayoría haya deducido por su cuenta, ni mucho menos que esgrima a la hora de defender la interrupción voluntaria del embarazo: la gente no va diciendo por ahí que las mujeres tienen derecho a abortar porque son deidades que insuflan vida humana en los objetos milagrosamente. Pero su inconsciente, que es mucho más sutil, ya lo ha deducido por ellos. El significado subliminal de estas ideas que damos por buenas está oculto a la vista pero muy presente y desnudo para nuestro ojo interno, y va calando en nosotros. Por eso pueden aprobar leyes como la LIVG y que se acepten. Por eso una ministra dice y repite que a la mujeres cuando denuncian siempre hay que creerlas, y no siembra las dudas que debería sembrar. Por eso hablan de masculinidad tóxica y muchos lo asumen. Por eso aunque uno consiga razonar con un progre y que éste le dé la razón, pronto vuelve a las andadas a corear las mismas opiniones prestadas de siempre. Porque están atrapados por el dogma tras un trabajo de adoctrinamiento muy largo. De 2000 años de largo. Y llegará un momento en que las élites podrán declarar legal abortar niños ya nacidos en nombre del futuro de la madre, deshacerse de ancianos por el futuro de los niños, y de cualquiera por el futuro del planeta, y nadie lo rechazará porque será algo asumido a todos los niveles de la psique. Las élites saben que las masas sólo son racionales hasta cierto punto, por eso para moldear su comportamiento siempre han empleado y siguen empleando religiones dogmáticas, explícitas o camufladas como la que estamos describiendo. Allá donde no lleguemos con la razón, allá de donde no nos haga huir, allá nos llevarán con el dogma. Lo cual no quiere decir que éste defienda siempre posturas opuestas a ella, ni que ésta sea la única herramienta. Pero el dogma hace habitables lugares inhóspitos para la razón.
Exactamente lo mismo pasa con los mensajes que nos hacen llegar a través de representaciones como la de Greta, que como decimos son de carácter religioso. No somos conscientes pero una parte de nuestra mente los capta y los analiza, y eleva o demoniza a sus protagonistas a través de las analogías con figuras arquetípicas religiosas. Y nos convencemos de que Greta y las demás niñas activistas están programadas para luchar por nuestro bien, por el bien de la vida, como todas las mujeres. No hay fuerza de voluntad mayor que la que ellas tienen para crear, sabemos. Y a partir de ahí estas nociones enlazan con dogmas feministas que desde hace un tiempo sí nos vienen transmitiendo de forma cada vez más explícita a medida que los aceptamos: que los hombres las matamos. Y si lo hacemos es porque somos enemigos de la vida, y por tanto su custodia les pertenece sólo a ellas. Por eso tienen la potestad de concederla y quitarla cuando quieran, y de tomar cualquier tipo de represalia. Aquí es donde la mujer adquiere características propias no de Vírgenes sino del DIOS cristiano y de deidades de otras religiones relacionadas con la vida y la muerte.
Por otra parte, antes las mujeres tenían que ser Santas, ahora como hemos dicho son todas Vírgenes. La diferencia entre una Santa y una Virgen es que la primera puede haber pecado – en realidad siempre lo ha hecho, porque es un ser humano y por tanto pecador ya de entrada. Una Virgen en cambio no ha pecado nunca, su propio nombre lo indica. Cuando el feminismo hegemónico defiende que la mujer siempre debe ser creída está diciendo que es incapaz del mal, del pecado. «Yo sí te creo, hermana». ¿Cómo no iba a creer a la Virgen María?
Por eso, según esta nueva doctrina no sólo las niñas sino todas las mujeres son Vírgenes.
Pero además, estas niñas activistas actúan, alzan su voz, predican, quieren ser un ejemplo. Greta echa a los viajeros de los aviones, que es echar a los mercaderes del Templo. Eso no es ni ser una Virgen ni ser Dios, eso es encarnarse y actuar, eso es ser un Profeta, un nuevo JESUCRISTO. Las mujeres son por tanto la fusión de todas las divinidades. Porque ya hemos visto que también son Ángeles, y que son el Espíritu Santo que insufla vida, y que son Dios. Cada una en una advocación.
Pero, como Dios, son mudas, y la Iglesia es el Estado, único intérprete de su divina voluntad. En cuanto a los hombres, mientras queden, se pretende que por las mujeres no sientan amor sino sólo respeto y admiración incondicionales. Es decir, devoción. Lo mismo que se tiene por una divinidad. Nada más lejos de la igualdad y de lo que ellas mismas quieren.
Dentro de otros 2000 años, los robots vagarán penosamente por el espacio en busca de nuevos Edenes mientas las mujeres reinarán sobre el vergel de la Tierra. Y un nuevo movimiento surgirá para reprocharles que las dejaran en el hogar y reclamar, civilizar dirán, esos nuevos mundos.