El aplauso y la misa de 8

En la crisis del covid, el aplauso a los sanitarios empezó siendo un sentido homenaje, y ahora también es una manera de darse ánimos y de confraternizar con los vecinos. Pero para algunos se ha convertido en una forma de decir que para superar esto estamos todos unidos, menos los fascistas, que siempre se están quejando porque están llenos de odio. Para ellos, la única salida es el optimismo y la ignorancia del que mira hacia adelante creyendo que puede dejarse la justicia por el camino.

Con tan poco equipaje cualquiera viaja, pero nadie llega lejos. Los aplausos no han sido algo espontáneo, sino un chantaje programado desde el minuto 1 por el gobierno e inmediatamente difundido por los medios. Su lógica nos debería resultar familiar a nosotros que pertenecemos a una cultura judeocristiana: los culpables del problema nos hacen aplaudir a los santos que, a pesar de las dificultades, se afanan por resolverlo sin poner pegas, para después acusarnos a los demás de insolidarios si las pegas las ponemos nosotros.

Porque, si los sanitarios han arriesgado su salud por todos, ¿quiénes somos los demás para quejarnos, cuando hemos estado a salvo en nuestros hogares? ¿Cómo vamos a negarnos a estar geolocalizados, cómo vamos a crear confusión con opiniones discrepantes o hacer manifestaciones masivas, si podríamos incluso arruinar su sacrificio?

Ése es el chantaje. Y nos lo hace el gobierno, no los sanitarios, los policías ni nadie más. Para que funcionara, tenía que haber víctimas de entre ellos. Por eso se afanaron en evitar que les llegaran los EPIs. La muerte convierte a los profesionales en héroes, la indefensión hace de la muerte un martirio y del héroe un santo. 

El ciudadano que aplaude alaba la superioridad moral de los sanitarios; al hacerlo, él mismo adquiere también un cierto estatus de superioridad moral frente a quien no aplaude. Es como el que se cree mejor persona sólo por ir a misa.