Hace años vi un documental increíble sobre los sapeurs. Los sapeurs son unos africanos pobres de solemnidad pero que se gastan todo su dinero en vestirse como auténticos dandis, y luego se pasean por sus barrios de mala muerte haciendo exhibición de una indumentaria exquisita. Incluso han formado una sociedad de lo más exclusiva, la SAPE: Société des Ambianceurs et des Personnes Élégantes.

Yo pensaba que esto era un fenómeno imposible fuera de África, pero por supuesto me equivocaba. África es un escaparate sin decorar de la misma naturaleza humana que nos encontramos en el resto del mundo, sólo que bajo formas más sofisticadas.
Aunque no sea el único, el sapeur de los países occidentales es el progresista. Él tampoco quiere saber nada de la realidad que lo rodea, y sólo la utiliza – señalando sus miserias – para hacer brillar su atuendo. Igual que el sapeur se pasea flamante entre sus vecinos desarrapados, cuando seguramente sea el más pobre de entre ellos, los progresistas adoran sacar a pasear su superioridad moral y la elegancia de sus ideas. Elegancia que nunca ponen a prueba, igual que no vamos a ver al sapeur comprobar qué pasa con sus zapatos cuando pisa un charco. El sapeur correrá a lucir su última camisa, comprada a costa de dos meses sin comer, y el progresista se pondrá al día de la última ocurrencia de los suyos para defenderla aunque nos deje a todos en la ruina. Al contrario que el progresista, el sapeur seguramente no les eche la culpa a los fascistas de toda la pobreza que hay en el mundo: pero es evidente que la miseria tampoco va con él – a la vista está – y además, si todos tuvieran su mismo compromiso por una República Democrática del Congo más chic… amigo, entonces otro gallo iba a cantar, porque serían un país mucho más digno y más creativo. Y automáticamente todos los problemas del Congo se resolverían, porque para cambiar la realidad lo importante es imaginarse otra mejor y que parezca que te crees tus imaginaciones.
La elegancia del sapeur exige una dedicación, pero el suyo no es un compromiso personal con la belleza. No viste para sí mismo, por eso elige tonos llamativos. Lo mismo hacen tantas feministas con sus pelos de colores y tantos antifas y progretas que se empeñan en vestirse mal a propósito. Lo hacen sólo porque aquí no vestimos tan humildemente como en África, porque si así fuera entonces también ellos irían como dandis. Cuanto más radicales, más tienen que desentonar, tal es la urgencia de hacernos partícipes a los demás del buen gusto que han tenido al elegir las ideas correctas. Pero un sapeur no se va a comprar los zapatos que encuentre más bonitos, sino los que le den mayor reputación. El progresista puede apreciar las ideas hermosas y suele disfrutar con el arte, pero, comparado con lo mucho que disfruta, es relativamente incapaz de encontrar la belleza por sí mismo. Las cosas se tienen que poner de moda para él les dé su aprobación.
Es de muy mal gusto hablarle a un sapeur de la realidad. Su ropa fuera de sitio te advierte de que ha claudicado ante ella. Ante eso, las opciones son o partirle la cara para que espabile o seguirle la corriente. En el documental del que hablaba al principio, la gente de un mercadillo recibe entre vítores al primero de sus protagonistas. Lo hacen con el fino humor de quien tienen la viveza necesaria para sobrevivir conscientes en un mundo de durezas, pero no la visceralidad de quienes aspiran a cambiarlo. Parece que lo consideraran un señor muy distinguido, pero es obvio que se están burlando de él, porque si de verdad lo admiraran harían algún tipo de esfuerzo por imitarlo. De haber vivido en otro continente sus vecinos seguramente no le rieran así las gracias, sabiendo las veces que habrá dejado en ayunos a su familia, pero en África la gente ya tiene bastante con enfrentarse a la miseria como para tomarla con quien es incapaz de encajarla. Ellos optan por seguirle la corriente.
La actitud del sapeur es la del pobre perfecto que nunca va a dejar de serlo, víctima de una incapacidad que comparte con el progresista, la de afrontar la realidad y actuar en consecuencia. Podríamos pensar que una apuesta tan superficial no durará mucho: en cuanto vengan mal dadas se dejará de tonterías, creía alguno. Pero el sapeur africano, que pasa verdadera hambre, ya nos avisaba de cómo se iba a comportar el occidental cuando vinieran mal dadas: manteniendo su apuesta. Eso es lo que está ocurriendo en la actual crisis del coronavirus. El sapeur y el progresista no tienen disciplina para aceptar la verdad, pero sí son militantes de las apariencias y de sus ficciones, que en el caso del segundo encima nos afectan a los demás. Sabrán reaccionar a la injusticia, era mi esperanza. Pero tampoco, porque aunque sean buenas personas, una vez sacrificada la lógica las cosas son justas o no según la excusa que uno quiera ponerse. La fachada es la parte más débil de un edificio, pero hay edificios que se levantan sólo para mostrar una fachada. No saben mantenerse en pie de otra manera.
Ya que otros aspiramos a ser más realistas – es decir, a no ignorar una fuente de posibles certezas y de aprendizaje tan importante como esta realidad – debemos preguntarnos por qué existen estos personajes. Ya hemos dado una posible respuesta en otras entradas de este blog: alguien tiene que abogar por las ideas más disparatadas, no sea que haya algo valioso en ellas para el grupo. Si alguien acaba muy lejos es porque alguna fuerza consistente lo ha llevado hasta allí. Los devaneos son fuerzas que suman cero y apenas desplazan a quienes sólo se guían por ellos. Pero si su función es la de dejarse llevar por impulsos que a lo mejor otros no vemos, la nuestra es examinar cuál es esa fuerza legítima y distinguirla de las fútiles. Es un error despreciar todo lo que venga del progresista; hay que reconocer cuál de sus prendas es la auténtica, aunque jamás claudicar ante las falsificadas.
Detrás del sapeur puede estar la necesidad de evadirse e imaginar que algo mejor es posible. En el caso del africano seguramente haya que ser más indulgentes; al fin y al cabo, si algo caracteriza al Tercer Mundo es que en él uno apenas es dueño de su destino. Pero en el Primero sí lo somos, o creemos serlo, así que el progresista es el sapeur más estúpido. Alguien que no sólo está orgulloso de la camisa que ha votado, sino que, con tal de lucirla, deja que el lugar en el que vive se convierta en un estercolero.