Los flagelantes

Hoy he visto un vídeo en el que un voluntarioso youtuber, UTBH, parece machacar a la última estrella mediática progre, un tal Miguel Charisteas, cuyos argumentos verdaderamente alcanzan unas cotas de ridículo sobresalientes. En realidad es otro vídeo más como tantos otros, y a mí sólo me ha servido de pie para esta entrada. Tampoco hace falta verlo para entender lo que sigue.

 

Decía que parece machacarlo porque en realidad cuando rebates a un progre lo haces más fuerte. Creer que un progresista va a dejar de serlo a base de rebatir sus argumentos es como esperar que un penitente deje de ser católico explicándole que si se da con el flagelo se va a hacer daño en la espalda.

Es un empeño ridículo, y de hecho sucede lo contrario. El golpe, físico o verbal, es lo que hace al penitente. Y el público hace la procesión, así que cuanta más atención prestamos a sus exhibiciones, peor.

El viaje del yihadista

Por supuesto, siempre hay que tratar de razonar, pero la razón no es un mecanismo que funcione en los desequilibrados ni en los sinvergüenzas, y mucho menos una bandera para ellos. No es garantía de nada. En el caso de otros tipos de fanáticos, como por ejemplo los yihadistas, está bastante más claro qué es lo que los mueve a actuar como lo hacen. Pueden haber utilizado la razón para llegar a unas conclusiones – en ese caso, que existe un enemigo que ataca a su pueblo y su religión – o puede que no la hayan utilizado para nada y desde el principio los mueva la voluntad de imponer su fe porque sí. Esto último yo nunca me lo he creído. Opino que la razón siempre los ha llevado hasta un punto del viaje, y a partir de ese lugar lo que han hecho ha sido seguir avanzando sólo aferrados a una fe, normalmente en una versión radicalizada de un credo original que comparten con el resto de su pueblo y del cual se erigen en máximos defensores. Es decir, a partir de un momento lo que los mueve es la confianza ciega en su interpretación de unos dogmas como única solución posible a un problema que en ese momento o en el pasado tuvo algo de real y que en origen analizaron racionalmente. Otra cosa es que sea difícil conseguir que vuelvan a activar el raciocinio para darse cuenta de sus errores. Esto lo sabemos todos, de modo que a nadie se le ocurre rebatir a un yihadista a base de tweets. ¿Por qué lo hacemos con los progresistas, cuando de hecho por este método es más probable que un yihadista deje de serlo? Lo digo porque a veces ha ocurrido, cuando han descubierto que estaban siendo utilizados por su propio enemigo: es decir, algo más de lógica parece quedarles a algunos yihadistas que a la mayoría de los progresistas. Lo que los ha empujado a agarrarse a su fe y radicalizarla parece ser una mezcla de odio y de entrega a una causa en favor de su religión y su pueblo, y da la impresión de que conservaran un cierto hilo de raciocinio casi en stand-by para tratar de asegurar que avanzan hacia ella y no son engañados por sus múltiples enemigos, imaginarios o no, musulmanes, cristianos o sionistas. En cambio, ¿cómo llegan los fundamentalistas del progresismo a alcanzar su nivel de cerrazón mental, en mi opinión aún más profunda y desde luego mucho más extendida en esta sociedad que el yihadismo en los países musulmanes?

El viaje del progresista

Nos escandalizamos continuamente viendo cómo los progresistas son capaces de defender cosas cada vez más indefendibles con los argumentos más demenciales. Pero no nos paramos a pensar si hay algún motivo para que esos argumentos sea cada vez más inverosímiles. Mientras tanto, sus pastores están jugando a algo distinto, y por lo que veo nos llevan ventaja, porque ni siquiera nos preguntamos si juegan a algo. Normal, tienen siglos de experiencia.

Por otra parte, las  consecuencias del progresismo son muy reales. No estamos hablando de debatir con unos señores de ideas radicales en la barra de un bar, sino que esos señores son los principales regentes de Occidente y el mundo y nuestro destino está en sus manos.

De la etapa del falso debate a la etapa de autohumillación

Si la apuesta mediática del progresismo son gente como el tal Miguel «Fariseas» o los de «Spanish Revolution», es porque ha superado la fase de debate (de falso debate) y ha pasado a otra de autohumillación disciplinante. El debate racional en realidad nunca lo han ejercido, sólo lo disfrazaron en el pasado de cientifismo durante un tiempo – en el marxismo dialéctico digamos clásico – haciendo una aplicación para muchos ya de entrada desvirtuada del método científico al ámbito social. Seguramente aquella izquierda también, pero sobre todo la actual, saben que por mucho que lo disfracen de lo contrario su poder en realidad no se basa en la razón sino en la fe. En una fe absolutamente ciega en unos dogmas y en unas técnicas de manipulación psicológica (chantaje emocional, sentimiento de culpa, etc, pero ése no es el asunto ahora). De este modo, tarde o temprano lo que termina haciendo es adiestrar a sus feligreses primero en el desprecio a la razón. Este entrenamiento hasta ahora ha consistido en hacerles repetir como loros unas consignas y unos argumentos precocinados que se difundían como la pólvora entre ellos y sin alteraciones, de modo que te los encontrabas a todos repitiendo lo mismo sin apenas entender lo que decían. Poco a poco esos argumentos precocinados los han ido haciendo más endebles, de manera deliberada, para poder llegar a la fase actual. En ésta, ya se trata de que los feligreses progres sí entiendan lo que dicen y que en su fuero interno sepan que es falso, pero aún así lo sostengan a capa y espada. De este modo, a pesar de la humillación y de los continuos zascas que reciben, o precisamente gracias a ellos, consiguen un nivel adicional de inmunidad frente a la razón, un bloqueo mental que además es necesario en esta crisis del covid, en la cual los innumerables errores del gobierno hacen imposible defenderlo racionalmente, por lo cual éste necesita fanáticos o nadie estará a su lado.  

 

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De este modo, a través de unos argumentos absurdos y unas actuaciones indefendibles,  los líderes progresistas consiguen que en esta nueva fase sus seguidores se fanaticen definitivamente. Ya estarán dispuestos a actuar con total vehemencia contra cualquier oposición o disidencia, sea de forma violenta o no, unos en las calles  y otros fuera de ellas. Todo estará justificado. Los que no sigan este camino, se callarán. Resignados a la humillación de defender lo indefendible, tragarán y mirarán para otro lado y, con el miedo ante la radicalización de los primeros, no se atreverán a oponerse a ellos, cuestionar a los líderes ni organizar alternativas. En las calles sólo habrá dos bandos.

 

El progresista flagelante

Pero este adiestramiento no consiste meramente en aprender a ignorar la verdad como por un reflejo condicionado. Es un mecanismo que una vez se inicia es autosostenido, de modo que de algún sitio tiene que extraer la energía en local. La energía para fanatizarse procede del propio progresista, no del entorno con el que interactúa, el cual sólo lo condiciona y envía mensajes de aprobación o castigo. Ese mecanismo psicológico es el mismo que el del penitente de Semana Santa. No del nazareno – que arrastra una cruz, un peso real – sino del flagelante.

Durante esta crisis del covid, el típico conocido que estropea tus grupos de Whatsapp inundándolos de propaganda socialista o enfrentándose a cualquiera que critique al gobierno, es un devoto de izquierdas. Pero uno de escasa talla, puesto que tan sólo aspira a ser sacerdote y evangelizarnos a través de la moralina progresista. En cambio, aquél que publica un vídeo descarado a favor del gobierno, recibe críticas duras, y aún así sigue compartiendo propaganda incansablemente…hermanos, en verdad os digo que ése posee la auténtica vocación del flagelante. Y más aún, la del beato. 

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Hoy día 9 de mayo, el PSOE ha vuelto a proporcionar otro flagelo en forma de humillación a su ejército de piadosos penitentes. Esto no sólamente es orwelliano, es hacer méritos. Orwell no terminaba de entender nuestra mentalidad.

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Camino de Santidad

Alguien ha calificado a los progresistas de «yonkis de la superioridad moral». Es una metáfora efectiva, aunque incompleta. El drogadicto sabe que la droga es mala y que sus efectos son psicológicos y no reales, y lo suele admitir, pero no puede prescindir de ella. Los progresistas en el fondo saben que mucho de lo que dicen es mentira, pero jamás lo admiten – o automáticamente dejarán de serlo – y eso es una diferencia con el yonki. El paralelismo es que no pueden desengancharse de sus mentiras por la recompensa psicológica y a veces material que les aporta. Pero, para los progresistas más entregados, esa recompensa no es sólo una superioridad moral de andar por casa, como la que tiene el sacerdote en su atril ante la plebe, sino la máxima purificación a través del tormento, en aras de un elevación suprema. Cuanto más flagelos reciba el progresista, tanto más digno será del altar que le corresponde. Los progresistas radicales no aspiran sólo a ser monjes guerreros de la fe, sino también beatos, y todo beato debe sufrir martirio. Y a ese martirio aspiran, sólo que se lo tienen que buscar ellos mismos. Mal que les pese, nadie los va a martirizar sin haber hecho nada, así que tienen que ir provocando. Por eso no se detienen ante los «zascas» que reciban en Twitter o en persona. Todo lo contrario, siempre vuelve a por más. A ojos de sus compañeros de fatigas progres, su empeño incesante a pesar de esos reveses es la mayor muestra de entrega y el pasaporte a un plano aún más elevado de la existencia. Se trata no sólo de ser mejor que los fachas, cosa que por supuesto han sido desde su primer día de vida, sino de radiar la más inmaculada bondad progresista y ser santo entre los beatos. De ser el yonki más grande de Pitis, por seguir con la narcometáfora. No hay marcha atrás en este camino, porque si cedieran, el vacío que les quedaría sería insoportable.

Si yo lucho por algo y recibo golpes, sentiré que estoy luchando. Si ese algo es un empeño noble, al menos habré peleado por ello. Así se siente el mártir del progresismo cuando ve sus argumentos hechos pedazos. Pero si mis golpes sólo encuentran humo, acabaré por sentir que me enfrento a fantasmas. Así nos sentimos los demás cuando deshacemos sus razonamientos de paja y ellos los vuelven a levantar sin problema ni vergüenza, en busca de nuevos golpes que los hagan sentirse aún más entregados a su causa. Más piadosos si cabe. Porque, cuando uno llega y suelta una tontería en Twitter, ¿qué más da si está equivocado, si lo que consigue es parecer una buena persona? ¿Qué más le da que destroces su argumento si al burlarte de él parece un soñador? ¿A quién va a preferir la gente, a una mala persona inteligente, o a un tonto bondadoso? Así es el progre: lo importante es quedar bien, aunque sea pareciendo estúpido, porque de esa forma es como crece su autoridad, que es moral y no ejecutiva. Esa autoridad implica un poder, la capacidad para ejercer la coacción mediante el chantaje emocional. Al final lo mueve una voluntad de poder y una necesidad de reconocimiento.

Alguien podrá decir: un momento, esto no es una buena explicación, porque el progresista no queda bien delante de todo el mundo, sino fatal a ojos de los que no son progresistas. De hecho, si queda tan mal ante ellos, más que por el contenido de lo que diga suele ser porque lo que menos perdonan los no progresistas es que uno no crea en lo que dice. La primera definición de progresista debería ser «aquél que hace como que se cree la pose de los demás progresistas». El resto de la gente – los que ellos llaman fachas – tiene el mal gusto de no seguirle el juego. Entonces, si efectivamente no está quedando bien ante todos, ¿por qué se mantiene en sus trece?

En parte, porque hay gente que sí picará, con lo cual verá alimentado su estatus de superioridad moral. Pero por otra parte, porque inconscientemente les aplica a los no progresistas el precepto católico de que no se debe juzgar al prójimo puesto que no conocemos sus intenciones y circunstancias últimas. «Tú, el facha, no sabes si yo, el progre, me creo lo que digo o no. Y no tienes ninguna legitimidad para decirme a mí que mis opiniones buenistas son sólo una pose. Incluso si lo fueran, podrían ser legítimas porque a lo mejor yo sufrí alguna mala experiencia en el pasado que me ha llevado a actuar como lo hago. Así que juzgar no es tan fácil, y alguien con un mínimo de catadura moral no debería concluir que yo no creo en lo que digo. Hacer ese juicio está muy mal. Si lo haces, eres muy malo, un fascista.» A los progresistas fanatizados lo que más los molesta es que los fachas los destapen, por eso rabian así contra los fachas propios y apenas contra los de otras culturas. Aún cuando puedan ser de un conservadurismo mucho más intransigente, no conocen sus artimañas, además de que los que están aquí suelen o depender de ayudas o encontrarse en situaciones laboralmente precarias con poco margen para andar protestando. Entre una cosa y la otra, los fachas foráneos ni juzgan a los progres ni interfieren en sus planes.

Esto es pura doctrina católica. Son siglos inoculándonos esa sustancia, tan fácil de convertir en  veneno cuando se usa de forma deshonesta. Por eso el progresismo, aunque por supuesto se dé en países protestantes, en los de tradición católica cuaja con aún más fuerza y de manera aún menos saludable.

Católicos sanos

Estamos asociando la mentalidad progresista a la herencia de la moral católica, pero ni mucho menos estableciendo una relación unívoca. Existen muchísimas personas que profesan la fe católica y son practicantes, y que sin embargo no sólo no responden al mismo perfil, sino que de hecho muchos forman su mayor bloque de opositores. ¿Cómo puede ser esto? Porque el progresismo hace un uso retorcido de esa herencia, empleándola para acceder a unos mecanismos psicológicos que le vinieron servidos: el sentimiento de culpa, el chantaje emocional, etc, ya lo hemos dicho. Mientras tanto, quien profesa una fe de manera declarada ha tenido que integrarla en su vida real, en vez de utilizarla para construir ficciones gratuitas, que es lo que hacen los progresistas. Y de ahí ha salido necesariamente una aplicación más equilibrada de esos mecanismos y de los preceptos y dogmas de su fe. Incluso cuando durante un tiempo de la Historia se ha hecho un uso pésimo de un credo, las personas motu proprio han tratado de adaptarse, y en cuanto han podido han tendido a ir sanando y a desplazarse hacia lugares más razonables.

Una diferencia importante entre los fundamentalistas progres y los verdaderos flagelantes es que en bastantes casos éstos últimos cubren sus rostros, de modo que su exhibición es anónima. Si hay algún mérito en ella quedará para sí mismo, no está para lucirlo.

Subiendo la apuesta

El camino de «santidad» de los progresistas tiene un problema. Son pura fachada, y lo saben. Si tú y yo somos muy progres, ambos sabemos que el otro es un fake. De modo que en cuanto alguien plantee algún tipo de duda sobre nuestra autenticidad, o si alguno quiere imponerse al otro, lo que vamos a hacer es ir subiendo la apuesta, a ver quién la mantiene durante más tiempo, con la esperanza de que siga pareciendo que yo creo en lo que digo y tú igual. Todo lo que tengo que hacer es no admitir nunca lo que pienso de verdad y procurar que no se me note. Por eso hay veces en que un progre puede llegar a hacer alguna concesión y dar la razón puntualmente a alguien de otra ideología, de modo que por un momento puede parecer un poco facha: lo hace cuando ve que negar algo muy evidente cantaría demasiado y delataría que el resto de lo que dice no es más que una pose.

Esto recuerda a la desconfianza mutua que siempre hay entre los líderes izquierdistas, como es el caso de Fidel Castro, el Che y Camilo, o también el de la camarilla de Stalin, que fue matando a todos sus colaboradores porque como él mismo no se creía ni una palabra de lo que decía, tampoco se fiaba de los demás impostores que lo rodeaban. Total, podrían haber encabezado ideas diametralmente opuestas o las que hubiera hecho falta, siempre que la situación diera suficiente juego para que unos psicópatas como ellos se manejaran bien en el poder con este tipo de mecánicas. Según pasaban los años, cada vez aparece menos gente en las fotografías de él con su camarilla. En cambio, Hitler apenas tomó acciones contra ninguno de sus colaboradores, y cuando lo hizo fue por traición. La diferencia es que, aunque también pueden ser unos canallas, los de la extrema derecha raramente son sólo pose. Suelen creerse lo que dicen.

Fases del adiestramiento del fundamentalista progresista

Éstas son, resumidas, las fases del proceso colectivo de radicalización colectiva de los progresistas.

  • 1. Fase de denuncia social: Denuncia de problemas sociales reales y exposición de soluciones en apariencia razonables. Se consigue abrir el debate público, aunque pilotado, alrededor de un objetivo designado (p.ej. la situación de desigualdad de algún colectivo). Se consigue una masa de acólitos.
  • 2. Fase de falso debate: Difusión hacia la sociedad de argumentos que los progresistas no entienden pero difunden igualmente. Gradualmente van teniendo menos peso racional y más emocional. De cara a la sociedad, el debate aún parece racional y legítimo, pero no hay un debate real porque no se establece entre unos ciudadanos y otros, sino entre la maquina progresista y el resto de los ciudadanos, y porque para éstos es casi inútil rebatir. Al final de esta fase ya es muy difícil que el progresista cambie de opinión.
  • 3. Fase de «autohumillación»: Difusión de argumentos inverosímiles o contradictorios y que los progresistas que los defienden sí entienden. Éstos renuncian a su autonomía personal y se dispara su obediencia y su inmunidad frente a argumentos racionales en contra. La sociedad se ve obligada a elegir entre fanáticos y personas razonables pero inofensivas que son arrinconadas y descalificadas por los primeros como fascistas. Algunas personas ya estaban radicalizadas en una posición opuesta, otras se radicalizan ahora como respuesta a la deriva fanática progresista y sus nefastas consecuencias prácticas sobre la sociedad.

 

Preparando el escenario para un cambio social

En paralelo con este adiestramiento de la población en el fanatismo progresista, las mismas élites han ido trabajando en otras armas (por ejemplo, en la manipulación lingüística o el deterioro de la educación) y en empeorar las condiciones de vida para que nadie se oponga a cambiar una sociedad envilecida: lucha de sexos, de regiones, ideologías y razas, deterioro del mercado de trabajo con una inmigración descontrolada y unas condiciones asimétricas para la competencia extranjera, reducción de la capacidad adquisitiva al cambiar al euro y después mediante burbujas y crisis económicas, desconfianza hacia las instituciones y la política, desapego hacia lo tradicional y culto hacia lo que suene a innovación… En definitiva, las mismas élites que han fanatizado a los progresistas han conseguido que éstos tengan una visión muy negativa de su sociedad. Eso es  en parte razonable, pero como esa visión viene en parte dictada por los medios y los artistas del régimen, y además esta población idiotizada no se distingue precisamente por su autonomía de pensamiento, resulta que acaba jugando en su contra porque son incapaces de distinguir qué es lo que esta sociedad tiene de positivo y que hay que conservar. Y mucho menos van a ver esa mano negra responsable de parte de ese deterioro social. Esto facilita que una amplia parte de la población se trague las promesas de progreso más absurdas, y que esté bastante más predispuesta de lo que ella misma cree a aceptar cambios sociales.

Efectivamente, todo este impresionante trabajo ha empezado a asomar ahora que llega el cambio, con su primer acto, una crisis tan grave como la del coronavirus: un porcentaje escalofriante de la población ha pasado a comportarse como auténticos zombis, negando la negligente gestión del gobierno, renunciando a pedirle ningún tipo de explicaciones (está claro que no van a hacerlo «cuando todo esto acabe», como dicen ellos), tragándose cualquier cosa que salga por las televisiones y repitiendo sus consignas, ofendiéndose si alguien destapa a los muertos y atacando a quien diga cualquier verdad, achacando el problema a la falta de inversión pública en Sanidad con el PP y olvidando que Zapatero también recortó en ella, apuntándose a los aplausos sólo para sentirse mejores que quienes no aplauden, y un largo etcétera de comportamientos que son propios de absolutos fanáticos, por mucho que las televisiones oculten buena parte de la realidad. Otros ciudadanos sí han reaccionado de forma seguramente no ideal pero sí mínimamente razonable, de modo que si la otra mitad no lo hace es porque está fanatizada.

Que mueran decenas de miles de personas y la mitad de la población se niegue a reconocer a los culpables cuando los tiene delante de las narices es algo que difícilmente tiene parangón en la Historia. Y por supuesto no tiene ninguna justificación, pero sí se puede explicar, como hemos intentado hacer aquí. La explicación no está sólo en la mera voluntad de vivir y salir adelante, sino en el retorcido supremacismo moral del fundamentalismo progresista.

A partir de aquí, las élites tienen vía libre para seguir dañando la economía, y si ve que los disidentes son demasiados, siempre puede optar por favorecer la aparición de un líder en el extremo contrario del espectro ideológico, lo cual alimentará no sólo los fantasmas de los progresistas, que se harán carne, sino una división social en bandos que puede ser el germen de conflictos civiles.

El ecumenismo de las patologías mentales

Las sociedades occidentales se consideran el centro del mundo, y las élites pretenden imponer una moral universal partiendo de ellas, seguramente la española sobre todo, y haciendo un ecumenismo, una mezcla, con otras doctrinas religiosas y morales. Visto lo visto, para hacer ese popurrí, ¿harán acopio de las peores enfermedades mentales que cada doctrina puede provocar?  ¿Acaso es necesario hacer enfermar a todo el planeta por algún motivo? ¿Será que, por encima de un nivel de desarrollo tecnológico, para que una especie sobreviva tiene que estar enferma? Si hay extraterrestres por ahí fuera, ¿son así de imbéciles?¿Aplauden por las escotillas de su nave espacial?

 

Combatiendo el fanatismo

¿Por qué tienen los progresistas un extraño respeto hacia los islamistas, que disfrazan de tolerancia multicultural? Porque saben que también puede llegar a ser muy fanáticos, y además van en serio, no como ellos, que son muy destructivos pero al mismo tiempo pura fachada.

¿Por qué tienen en cambio tan poca consideración por los cristianos practicantes conservadores? Además de por el odio cainita, porque saben que en realidad son inofensivos, y también porque molestan, ya que son de aquí y tienen calados a los progresistas, que no pueden ir de buenos porque no reconocen su falsa superioridad moral. Por eso los progresistas se dedican a provocarlos hasta que dejan de ser inofensivos, momento que les sirve para confirmar – o hacer como que se confirma – que ellos también eran pura fachada y que efectivamente los fascistas son los más malvados, porque encima de ser una pose no aspiran a un mundo mejor.

¿Cómo debemos combatir los no progresistas a los progresistas sin llegar a las manos o a una guerra? Demostrando que los fuertes no son ellos, sino nosotros. Dejándoles claro que con su comportamiento lo único que demuestran es su incapacidad de luchar por un mundo mejor. Que tienen que ir de nuestra mano. Por eso, en la actual crisis del covid no sólo hay que manifestarse y retomar las calles y nuestras actividades, sino que también hay que hacer una exhibición de fuerza de voluntad y entrega mayor que la del hipócrita flagelante. Por eso hace falta una huelga de confinamiento.

 

RESUMEN

  • El viaje del fanático normalmente empieza a lomos de la razón, y a partir de un punto continúa abrazado a una fe.
  • Otros fanáticos distintos de los progres, como los yihadistas, están más movidos por la defensa de su pueblo y su religión. Los mueve una situación real, bien o mal interpretada, en vez de una ficción, y además la existencia de enemigos – reales, no como los «fachas» para los progres – hacen que tengan que conservar un mínimo de raciocinio para detectarlos. Por eso algunos de estos otros fanáticos llegan a salir de sus errores, a pesar de estar ya muy dañados psicológicamente por el odio. En cambio a la inmensa mayoría de los progresistas, que viven en un mundo ficticio, sólo con la razon es difícil despertarlos (como no venga junto a algún tipo de trauma), porque no la conservan: creen no tener enemigos y se han permitido prescindir de ella totalmente.
  • La masa progresista se va fanatizando mediante un adiestramiento en varias etapas controladas por los líderes progresistas:
    • (1) una inicial de denuncia de problemas sociales, exposición de sus soluciones y movilización de partidarios;
    • (2) una segunda de falso debate social en la cual el acólito progresista repite consignas y argumentos que apenas entiende y que cada vez son menos coherentes y más emocionales;
    • (3) una tercera fase en la cual los argumentos que debe defender sí los entiende pero son totalmente incoherentes o contradictorios, con lo cual aprende a ignorar completamente la razón, renuncia a su autonomía y se disparan su obediencia y su adhesión a la causa. Los continuos golpes que sufre debido a sus absurdos argumentos refuerzan la imagen de sí mismo como una víctima que se empeña en defender una causa noble.
  • En esta tercera etapa, los ataques en vez de debilitarlo lo refuerzan en su papel y alimentan su sentimiento de superioridad moral. El mecanismo psicológico es igual al de un flagelante de Semana Santa, con la diferencia de que sólo busca exhibirse. Da igual actuar de manera absurda y esgrimir argumentos que se vuelvan en su contra, mientras demuestre tener la mejor intención. Pero en realidad ha renunciado a cualquier búsqueda de crecimiento personal y aprendizaje que pudiera tener en un origen.
  • La superioridad moral viene con un poder para ejercer control sobre otras personas, como el sacerdote desde su atril ante sus feligreses.
  • Pero el progresista radical aspira a un nivel aún mayor de superioridad moral que el del sacerdote.
  • Entre progresistas radicales puede haber una escalada por demostrar quién lo es más.
  • Esta masa de progresistas fanáticos así generada es una parte necesaria dentro de la agenda de control y de transformación de la sociedad. La otra parte es el deterioro previo de la sociedad y sus condiciones de vida programado durante varias décadas, de modo que sus miembros exhiban menos resistencia a los cambios.
  • Al llegar la crisis del covid, que marca el inicio de un proceso de ejecución de cambios sociales, ha salido a la luz el resultado del proceso de fanatización, una masa de zombis mucho más manipulables y obedientes al poder de lo que casi cualquiera se imaginaba.
  • La división social se va a disparar y cualquier oposición va a ser arrinconada no sólo por el Estado sino también por estos fundamentalistas.
  • En España somos la sociedad con los comportamientos más radicales y más fanatizada que existe, incluyendo a las teocracias islámicas. También es donde existe una diferencia mayor entre unas personas y otras en cuanto a capacidad de análisis racional, imparcialidad y autonomía, igual que en cuanto a honestidad personal y capacidad para asumir responsabilidades (aunque ambos grupos de cualidades no siempre están correlacionados).
  • El globalismo aspira a mezclar nuestra moral con otras, bajo el liderazgo occidental. Si va a seguir esta vereda, cabe esperar una mezcla patológica y desastrosa con lo peor de cada casa.
  • Este fundamentalismo se combate metiéndole en la cabeza al progresista que es débil e inconsistente y no puede avanzar solo, sino que necesita de la fuerza de voluntad y disciplina de los que no son unos fanáticos. Esto se hace a base de demostraciones de fuerza y autocontrol como una posible huelga de confinamiento u otras acciones similares, compatibles con las necesarias manifestaciones, denuncias al gobierno y demás formas de protesta.