Excalibur no sólo es una espada, también fue un perro. Un perro por el cual se montó un buen revuelo cuando hace unos años su dueña Teresa se contagió de ébola. El ejecutivo de Rajoy decidió sacrificarlo para prevenir cualquier contagio, y las protestas progresistas para evitarlo incluyeron manifestaciones junto al centro médico, exigencias de dimisión de la Ministra de Sanidad, y oleadas de dramáticos reproches y lamentos en la redes.
Ahora, en mayo de 2020, los errores del ejecutivo progresista de Sánchez e Iglesias han costado miles de vidas humanas. Que ha habido errores es algo que todo el mundo reconoce, pero sus acólitos no parecen dispuestos a pedirles siquiera una explicación.
Los que pusieron el grito en el cielo por el pobre Excalibur no eran una cantidad del todo representativa de los votantes progresistas, pero, junto a animalistas, sí se movilizaron una parte de su activismo y las cadenas de televisión, que actúan a toque de corneta de sus líderes políticos. Y las palabras de varios de éstos acompañaron sus acciones, lo que demuestra que no tenían muchos reparos en presionar para que se dejara al perro vivo aunque pudiera contagiar a alguien y dar pie a un brote epidémico en este país.
Más allá de la opinión que nos merezca, ¿por qué ese empeño? ¿Sólo para meter presión al gobierno o dar la nota, o también nos querían decir algo? ¿Partían de alguna posición que se nos esté pasando por alto y que pueda ser legítima? ¿Esta disparidad a la hora de juzgar la actuación de un gobierno y del otro únicamente se debe a un partidismo desvergonzado y no hay más, o se apoya en algún otro argumento oculto más profundo?
El argumento velado es que para la mentalidad progresista española, como para la católica, no es lo mismo matar que «dejar morir» ni que la gente «se te muera».
En el caso de Excalibur, su vida estaba en nuestras manos. Era un animal, pero si vivía o no sólo dependía de nosotros, no del azar. Ya estaba contagiado, y la decisión estaba entre luchar por su vida o no, aunque fuera a costa de un riesgo.
En cambio, las víctimas de un virus se pueden achacar a un destino incontrolable, aunque sea sólo parcialmente: por más errores de gestión que se haya cometido, no habrían muerto sin esa componente de azar que supone primero contagiarse y después tener una reacción muy adversa. Por supuesto, hay una intervención humana, y si ésta es nefasta el resultado más probable para cada paciente será de muerte en vez de vida, y en el recuento colectivo habrá más fallecidos. Pero en cada uno de ellos intervino el azar, además de esos malos gestores. Éstos lo hicieron indirectamente, con sus malas decisiones, no con una pistola. Y para la mentalidad progresista – que es como digo la perpetuación de la católica, mal entendida – basta con que uno en conciencia haya hecho el mayor esfuerzo posible para que quede libre de toda culpa. Si de verdad lo ha hecho o no es algo que sólo sabe él, pero es que además ninguna otra persona está legitimada para juzgarlo. Eso es pura doctrina católica: Dios y sólo Dios juzga, nunca los hombres. Sólo Dios sabe si has obrado bien, ademas de tú mismo. Y hay cosas transcendentales que sólo Dios puede comprender y decidir, como la vida. Por eso estaba mal decidir sobre la de Excalibur.
La mayoría de los psoedemitas se creen ateos – al menos a fecha de hoy, porque sus ideólogos últimos aún no han revelado su verdadera identidad. Pero eso da igual, porque para meterse por la misma vereda mental lo importante no es creer en un señor que está en los cielos, sino que basta con ir al párrafo anterior y donde dice «sólo Dios» poner «los hombres no«, y no cambia nada. Es decir, la primera idea de fondo es que el ser humano es un ser no sólo imperfecto sino impotente para mejorarse a sí mismo. Que no es nadie para juzgar y nadie para decidir sobre la vida, como tampoco lo es para decidir individualmente cuáles son sus valores o sus referencias morales, sino que tienen que venir dadas desde una instancia superior. Decir que estamos contaminados por el capitalismo es lo mismo que decir que somos almas perdidas por el pecado de la codicia al intentar definir nosotros a qué damos valor y a qué no. Que no somos capaces de dirigir nuestras vidas o de distinguir el bien del mal por nuestra cuenta [hacer frente al pecado sin el ministerio de un sacerdote], sino que unas ideas progresistas [una fe] y unas normas han de venir en nuestro rescate para poder acceder a un mundo mejor [al Reino de los Cielos]. Por eso según este progresismo no somos capaces de decidir cómo educar a nuestros hijos, ni cuál es el punto de equilibrio razonable entre la economía y el medio ambiente, ni qué uso de la violencia es adecuado porque la violencia siempre es mala, ni cómo debemos relacionarnos entre culturas o sexos. Toda iniciativa individual será tóxica si no es para servir a la doctrina de esta curia. Por eso se condena la iniciativa económica de los empresarios o la sexual o amorosa de los hombres, y se aplaude a la mujer feminista, que es falsamente rebelde y la más servil, porque al ser rebelde sólo contra los hombres de a pie, ayuda a los que mandan a someterlos. Mientras tanto, cuando una mujer de derechas es agredida en una manifestación, no cuenta como acto de terrorismo machista porque las mujeres de derechas son malas, y una mujer tiene que ser buena – buena para los intereses de la curia, por supuesto. Esas mujeres son las nuevas brujas, las disidentes de la moral imperante, y no están provistas del manto de santidad femenina que cubre a las demás, del mismo modo que la virgen no sería la virgen si hubiera follado.
Así, esta doctrina nos considera incapaces de acceder a una serie de designios que quedan en manos de esa instancia superior, la cual, como es inaccesible, da igual que sea una iglesia que una iglesia de iluminados líderes progresistas a los cuales se les ha revelado unas ideas inapelables que deben inculcarnos al resto. Por eso los fanáticos socialistas y comunistas se comportan como curas inquisidores. Lo son, literalmente, porque una doctrina no es su contenido literal, sino la estructura formal y los mecanismos mentales y emocionales a los que recurre para manejar y manejarse sus acólitos. Una ideología política materialista puede ser equivalente a un credo religioso a todos los efectos prácticos y teóricos. Y si quienes dominan esos mecanismos tienen experiencia de siglos empleando el credo religioso, no es de extrañar que sean ellos mismos quienes ahora estén detrás de la ideología. Esta es un mero cambio superficial aunque por su contenido literal parezca muy diferente. Con el tiempo va recurriendo a formulaciones e imágenes de su formato original y más poderoso, que es el teológico. Por eso no encontramos con procesiones del Santo Coño, con una Greta que parece un arcángel anunciando la ira de Dios, con un feminismo de mujeres «que nunca mienten» a imagen de la Virgen, o con una condena de los hombres blancos como si fueran los romanos de hoy en día. Sencillamente se están quitando el disfraz y mostrando su verdadera carne.
En su praxis política, una prioridad para progresistas como Podemos es la de quitarnos legitimidad a los individuos para tomar decisiones de tipo moral, recurriendo al chantaje emocional (o bueno, planteando el dilema, seamos justos), como en el caso de Excalibur. En paralelo hay un ataque sobre la autonomía económica, cargando contra todo lo que la aporte – como la propiedad privada – y apoyando todo lo que la menoscabe – como la RBU. Es todo parte de lo mismo, aunque a veces no sea fácil hacer la asociación..
Frente a esta doctrina, de base católica, están las protestantes, para las cuales quien tiene la última palabra también es Dios (es decir, algo que no es el ser humano); pero durante su vida en esta Tierra, la persona deja continuas evidencias de cuál va a ser ese veredicto final tras su muerte, y por tanto los demás sí somos alguien para juzgar hasta cierto punto. Esto ha dado pie a la mentalidad liberal conservadora centroeuropea y anglosajona, que con el tiempo ha derivado en un ser humano hasta cierto punto con mayores aspiraciones y más independiente de los dictados morales de un sacerdocio asfixiante – reemplazado por una sociedad, eso sí, que monitoriza y da una calificación moral continuamente a cada uno de sus miembros, con lo cual éstos tienen que adoptar disfraces hipócritas para mostrar su mejor cara y precisamente no ser juzgados negativamente. Y así, hasta que los que tienen suficiente personalidad deciden dejar de seguir este juego, como sucede con bastantes personas maravillosas en los EEUU, maravillosamente impertinentes y políticamente incorrectas. Mientras tanto, en países como España los juicios que los unos hacemos sobre los otros son meros comentarios hirientes de barra de bar, pero normalmente nada serio, salvo cuando se califica continuamente de fascistas a millones de personas para mantenerlas apartadas de la vida política, campar el progresismo a sus anchas, arruinar el país y alimentar un ambiente prebélico. En la absurda acepción que tiene actualmente, el término «fascista» no sólo significa «extremista de derechas», ni siquiera «injusto al valorar y tratar a ciertos colectivos débiles» sino también «que se cree legitimado para juzgar a esas otras personas». Pero eso es lo que hacen continuamente los iluminados izquierdistas, juzgar a los demás, precisamente porque como sacerdotes están legitimados para la labor inquisitorial, para poder ejercer la evangelizadora. Por eso son ellos los que acaban comportándose con una actitud parecida a la de esos fascistas, aunque el mecanismo en realidad no sea el mismo.
Cuando te dicen que sólo tú mismo y Dios sabéis el verdadero motivo por el que has hecho una acción, en realidad al final los que lo van a saber son los curas. Cuando te dicen que sólo Dios juzga, al final van a jugarte ellos.
Frente al ser humano incapaz del catolicismo, el protestantismo derivó en un ser humano que aspira a parecerse a Dios y que trabaja activamente para ello. Que mejora con la ayuda de Dios, pero que pone su parte en el proceso. Tales eran las aspiraciones de la sociedad discreta más conocida – al menos en su origen – no por casualidad surgida en su seno. Otra cosa es si tales aspiraciones son pretenciosas al acabar prescindiendo de Dios, si son legítimas, y cuáles puedan ser sus derivadas y las formas de retorcerse y arruinarse.
El problema de las doctrinas moralistas ni siquiera está en ellas mismas, sino hasta dónde se nos puede llevar arrastrados por ellas. Para mí, por mucho que una persona pueda estar conforme con la doctrina criptocatólica de Podemos, esa excusa implícita e inconsciente de «no juzgar al gobierno porque ha hecho lo que ha podido» deja de ser aplicable desde el momento en que hay evidencias sobradas para concluir no que haya sido negligente, sino que sus supuestos errores son actos cometidos a propósito. Otra cosa es con qué objetivo, pero con sólo mirar la consecuencia directa está claro cuál es: agravar el impacto de la pandemia en nuestro país y poder imponer cambios según una agenda que viene ejecutándose paso a paso desde hace tiempo. Otros podrán estar o no de acuerdo con esta opinión mía, pero alguien libre de su pesada doctrina moral sólo necesitará imparcialidad y lógica: en cambio, para alguien tan esclavo de ella como un acólito de Sánchez o de Iglesias será casi imposible de admitir, porque además del ejercicio de imparcialidad y lógica deberá vencer la reticencia a juzgar o a verse juzgado. A juzgar, si es una buena persona, el típico votante ingenuo de estos partidos, porque le resultará inconcebible que unos líderes que parecían tan bienintencionados puedan hacer algo tan atroz a propósito; a verse juzgado, si es uno de sus fanáticos, puesto que, aunque éstos sepan que ese nivel de maldad existe – muchos de ellos la llevan dentro – si la señalaran perderían su toga sacerdotal y se verán enjuiciados por su archienemigo, los fascistas. Cualquier cosa antes de perder su autoridad moral, y menos ante sus demonios, que como todo católico radical tienen, y muy presentes.
Esa falta de legitimidad del ser humano para juzgar es precisamente lo que esgrimen ahora contra quienes criticar al gobierno: ¿quiénes sois vosotros para juzgarlo, en esta hora trágica? ¿De verdad os creéis tan buenas personas como para permitiros la licencia de hacer una acusación tan grave? En lugar de dedicaros a hacer acusaciones, deberíais admitir nuestra condición imperfecta de pecadores, como hacemos nosotros, que apostamos por estar unidos frente a la adversidad. Con estas acusaciones chantajistas siguen ejerciendo de pastores de un pueblo que, pese a los muertos, debe seguir caminando por el valle de lágrimas, unido bajo una moral inapelable y común a todos.
Esta moral funciona con gente muy buena y sensible también en parte porque se apuntan a ella. Les ofrece una salida para no enfrentarse a los lobos. Mejor no admitir que pueda haber gente tan mala, no sea que alguien cercano a mí también lo sea. Pero entonces, ¿por qué luego muchos progresistas llaman fascista a la otra mitad de la sociedad? Precisamente quienes lo hacen no suelen ser esas buenas personas que son progresistas por ingenuidad o debilidad, sino los que tienen algo que esconder. Y los «fascistas» les destapan el juego, se lo arruinan. Saben que el buenismo es una pose y últimamente ya se atreven a decirlo en alto. Por eso de pronto han aparecido tantos «fascistas» en esta sociedad.
Seguimos siendo un país de una moral católica, tal vez mal entendida, pero en todo caso muy radical. Y sus máximos exponentes son los progresistas. Por eso son difíciles de parar, por mayores atrocidades que cometan sus líderes. Porque esa mentalidad es parte de nosotros. Y porque, a pesar de todo, tiene un punto de razón:
La vida de Excalibur estaba en nuestras manos. Era un animal, pero si vivía o no, sólo dependía de nosotros, no del azar. Ya estaba contagiado, y la decisión estaba entre luchar por su vida o no, aunque fuera a costa de un riesgo.
¿Acaso no hay en esto algo de verdad?
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Hasta ahora hemos planteado la diferencia de doctrinas en función del poder. De cuánto se le concede al hombre. De cuánta capacidad y autonomía. Hemos dicho, simplificando mucho, que la moral de tradición católica le niega autonomía y la de raíz protestante le concede más. En la aplicación a la política eso es así, no hay más que comparar el estatus del ciudadano en España con Alemania, un estatus que tiene todo que ver con el poder de la élite frente al del ciudadano común. Pero hay otras maneras de verlo. La vida no es sólo el poder que unos ejercen sobre otros. Es también cómo se enfrenta el hombre a ella. Qué obtiene. Qué puertas le abre cada manera de verla, y qué puertas le cierra. Pero eso nos da para otro capítulo de la mano de nuestro amigo Excalibur.